Un estudio hecho en los países nórdicos , demostró que las personas que invierten en bolsa no son los que más dinero tienen, sino lo más inteligentes.

"Por extraño y paradójico que le parezca: La renta variable es el activo-a largo plazo-más rentable y menos arriesgado".Francisco García Paramés

La clave en el mundo de las inversiones está en la PACIENCIA, como decía un inversor value "Más vale hacerse rico despacio que pobre rápidamente" .

Todo llega para quien sabe esperar.Nunca te des por vencido, las grandes cosas llevan tiempo.

‎ "Yo me fío más de cómo maneja la economía una familia que se juega el pan o un empresario, que se juega la ruina, que un grupo de señores que, cuando quiebran un país, se van a su casa, reciben seis cargos públicos o privados y se dedican a dar discursos."Daniel Lacalle

Los seres humanos observan que hoy en día las carreteras, los hospitales, las escuelas, el orden público, etc. etc., son proporcionados en gran (sino en exclusiva) medida por el estado, y como son muy necesarios, concluyen sin más análisis que el estado es también imprescindible. No se dan cuenta de que los recursos citados pueden producirse con mucha más calidad y de forma más eficiente, barata, y conforme con las cambiantes y variadas necesidades de cada persona, a travésdel orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial y la propiedad privada.Jesús Huerta de Soto

Comprar cuando la bolsa baja y vender cuando sube es difícil porque va en contra de la naturaleza humana: en los últimos 3.000 años, cuando el vecino de al lado salía corriendo o gritaba "fuego", ha resultado rentable salir corriendo también. De ahí que cuando la bolsa sube nos dan ganas de comprar, y cuando baja nos dan ganas de vender, por una simple cuestión de biología.

¿Pero es que no os dais cuenta que todas las injusticias y toda la corrupción proviene de lo "publico"?‏



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lunes, 18 de agosto de 2014

El plan que nos sacó de la miseria

ULLASTRES Y LA ESTABILIZACIÓN 

http://www.libertaddigital.com/opinion/historia/el-plan-que-nos-saco-de-la-miseria-1276237981.html

Cuenta la leyenda que, a finales de 1958, el recién nombrado ministro de Economía fue llamado al Palacio de El Pardo para atender una consulta que Franco quería hacerle en privado. El ministro, Alberto Ullastres, madrileño, repeinado, miembro del Opus Dei y estudioso de la obra de Juan de Mariana –al que había dedicado su tesis doctoral–, se presentó cumplidor y de punta en blanco a la cita.


Al fondo del despacho, el Generalísimo, vestido de paisano detrás de la mesa, iluminada tan sólo por una lamparita, esa que nunca se apagaba, levantó la cabeza y le preguntó por qué España estaba a punto de presentar suspensión de pagos. Ullastres, que era hombre de mucha fe pero nada supersticioso se estiró ajustándose la corbata, miró al frente y le dijo:
Su Excelencia, nos quedan sólo 57 millones de dólares en reservas en el Banco de España, cuatro veces menos que hace tres años. La inflación está disparada y el coste de la vida se ha incrementado un 50% en los dos últimos años. El país produce poco y mal, y arrastramos un déficit comercial de casi 400 millones de dólares.
Franco, que de economía sabía lo poco que le habían contado sus ministros de Falange, los de la justicia social y la revolución pendiente, recordó a Ullastres que los españoles ganaban cada vez más porque el leal Girón de Velasco les subía continuamente el sueldo por decreto. Ullastres, lejos de arredrarse, replicó:
Esa es, precisamente, una de las causas de la inflación. Y no ganan cada vez más: en términos reales ganan mucho menos, porque el dinero pierde valor. Imprimimos mucho más dinero del que realmente tenemos. Nuestra economía está aislada del exterior, y regulada en exceso. El cambio de la peseta es artificial, y el gasto público está muy por encima de lo que podemos permitirnos. Nuestra renta per cápita es la más baja de Europa, sólo 300 dólares, y hace veinte años que terminó la guerra.
Su Excelencia, créame: si esto continua así, no sería de extrañar que resurjan las huelgas del 56, agravadas por la carestía de los artículos de primera necesidad y la falta de expectativas.
Entonces, prosigue la leyenda, algo se encendió en el cerebro de Franco, que, sin necesidad de levantarse, pero con mucha solemnidad, dijo:
Señor Ullastres: confío en usted. Haga lo que tenga que hacer; y hágalo cuanto antes.
Ullastres se reunió con su amigo Mariano Navarro Rubio, a la sazón ministro de Hacienda, y entre ambos diseñaron un plan completo para sacar a España del hoyo en el que dos décadas de socialismo, en su variante falangista, le habían metido. Franco, militar al fin y al cabo, quería resultados, y que todo fuese rápido. Como en casa no iban a tener apoyos –más bien todo lo contrario–, Ullastres y Navarro fueron a buscarlos fuera. La Organización Europea de Cooperación Económica, la OECE, les echó un cable en forma de un informe que fue ampliamente publicitado.
Los técnicos de la OECE desgranaban una a una todas las dolencias que padecía España, el único de los países de Europa Occidental que no había conseguido remontar el vuelo tras la posguerra. La autarquía franquista era un suicidio a cámara lenta que estaba llegando a su inevitable final. La economía, lastrada por la doctrina del nacional-sindicalismo, era improductiva, muy poco atractiva para los inversores, y se encontraba encorsetada por una legislación asfixiante. España y su fascismo de pandereta de los camisas azules iban directos al precipicio.
El informe fue publicado en mayo. Un mes después, la profecía que Ullastres había hecho ante el Caudillo empezó a hacerse realidad. El 18 de junio el Partido Comunista convocó una huelga general pacífica. Fue un completo fracaso, porque los comunistas tenían el predicamento que tenían, es decir, casi ninguno, pero el nerviosismo empezó a cundir en los ministerios. Tres semanas más tarde, Ullastres viajó a Washington para reunirse con el FMI y ultimar el plan. A su vuelta todo estaba listo para imprimir el mayor golpe de timón de toda la historia económica de España.
El 20 de julio Ullastres se presentó en las Cortes bien desayunado para defender su Plan Nacional de Estabilización Económica, frente a una bancada de camisas viejas, militares en la reserva, obispos eméritos y representantes del sindicato vertical y el tercio familiar. Las medidas que iba a tomar el Gobierno eran ocho, todas muy simples. La peseta sería convertible, los controles de precios serían levantados de inmediato, se eliminaría gran parte de los aranceles, se aprobarían leyes para favorecer la inversión extranjera, los tipos de interés subirían hasta ajustarse al tipo natural de preferencia temporal, se congelarían los salarios, el gasto público se detendría en seco y el Gobierno no podría ya pignorar ni un céntimo de deuda en el Banco de España.
Como aquello era una dictadura y se hacía lo que decía Franco, Ullastres salió con su plan aprobado. Al día siguiente se publicó en el BOE y se puso en marcha.
Los resultados fueron espectaculares. En sólo un año la inflación bajó del 12,6 al 2,4%, las reservas de divisas se multiplicaron por tres y se registró superávit en la balanza de pagos. En 1960 los turistas, atraídos por un sol y una playa especialmente económicos, empezaron a afluir masivamente. Las empresas europeas miraron por encima del Pirineo y, en lugar de ver un solar devastado por el socialismo azul mahón, vieron una tierra de promisión en la que instalarse con sus fábricas.
Diez años después, a España no la conocía ni el propio Franco. El hombre enfermo de Europa, ese romántico país del sur donde la gente se movía en burro y los jornaleros trabajaban de sol a sol por un plato de altramuces, se convirtió en la décima potencia industrial del mundo. Se había producido el milagro español, un periodo muy corto que, sin embargo, ha tenido gran trascendencia en nuestra historia reciente. Sin el Plan de Estabilización y todo lo que trajo consigo España sería hoy muy diferente, y necesariamente peor.
Nunca terminaremos de agradecer lo suficiente a Ullastres lo que hizo. Murió en el anonimato hace unos años, tras haberse convertido en uno de los mayores expertos de la Escuela de Salamanca. Lógico. De casta le venía al galgo.

Pinche aquí para acceder a la web de FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA.

lunes, 25 de noviembre de 2013

¿Por qué somos NacionalSocialistas? por Joseph Goebbels

Fuente

Discurso del líder nazi a favor del socialismo verdadero.

¿Por qué somos NacionalSocialistas? por Joseph Goebbels

¿Por qué somos Nacionalistas? Somos Nacionalistas porque vemos la Nación como la única vía para unir a todas las fuerzas de la Nación y así preservar y mejorar nuestra existencia y las condiciones en las que vivimos. La Nación es la unión orgánica de la gente para proteger su vida. Ser Nacional es afirmar esta unión con palabras y hechos. Ser Nacional no tiene que ver con una forma de Gobierno o un símbolo. Es una afirmación de hechos, no formas. Las formas pueden cambiar, su contenido, permanece. Si forma y contenido coinciden, el Nacionalista acepta las dos. Si están en conflicto, el Nacionalista lucha por el contenido, no por la forma. Uno no puede poner el símbolo sobre el contenido. Si eso ocurre, la batalla está en el campo equivocado y la fuerza del Nacionalista se pierde en el formalismo y entonces el objetivo del Nacionalismo,(la Nación) se pierde. Así es como están las cosas hoy en Alemania. El Nacionalismo se ha transformado en patriotismo burgués y sus defensores luchan contra molinos. Uno dice Alemania y quiere decir monarquía. Otro proclama la Libertad y quiere decir Negro-Blanco-Rojo (los colores de la bandera alemana). ¿Sería nuestra situación diferente si reemplazásemos la República por Monarquía y ondeáramos la bandera Negra, Blanca y Roja? Tendríamos diferente fondo, pero su naturaleza, su contenido, sería el mismo. De hecho, las cosas irían peor, ya que una fachada ocultaría los hechos y disiparía las fuerzas que hoy luchan contra la esclavitud. El patriotismo burgués es el privilegio de una clase. Es la verdadera razón de su declive. Cuando 30 millones luchan por algo y otros 30 luchan contra esto, la balanza se equilibra y nada ocurre. Eso es lo que nos pasa. Somos los parias del mundo no porque no tengamos el coraje para resistir sino porque nuestra energía nacional es gastada en una eterna e improductiva riña entre izquierdas y derechas. Nuestro camino solo va hacia abajo y hoy uno puede predecir cuándo caeremos en el abismo. El Nacionalismo es más alcanzable que el Internacionalismo. Ve las cosas como son. Solo alguien que se respeta a sí mismo puede respetar a los demás. Si yo, como Nacionalista Alemán afirmo a Alemania, ¿Cómo sostener esta opinión con un Nacionalista Francés que afirma a Francia? Solo cuando estas opiniones entran en conflicto en temas vitales habrá una lucha por el poder político. El Internacionalismo no puede deshacer esta realidad. En cuanto los hechos parezcan tener alguna validez, la Naturaleza, la Sangre, la Voluntad de vivir y la lucha por la existencia en esta dura tierra probará la falsedad de estas teorías. El pecado del patriotismo burgués fue confundir una forma económica con el ciudadano. Conectó dos cosas que son completamente diferentes. Las formas económicas son variables. El ciudadano es eterno. Si mezclo lo eterno con lo temporal, lo eterno necesariamente se colapsará cuando lo temporal se colapse. Esta fue la verdadera causa del colapso de la sociedad liberal. Estaba enraizada no en lo eterno sino en lo temporal y cuando lo temporal se colapsó arrastró a lo eterno con él. Hoy, esto es solo una excusa para un sistema que solo trae creciente miseria económica. Esta es la única razón por la que el Judaísmo Internacional organiza la batalla de las fuerzas proletarias contra los dos poderes, la Economía y la Nación y los derrota. Desde este conocimiento, el joven nacionalismo saca su demanda. La Fe en la Nación es una tarea para cada uno, nunca un grupo o una clase. Lo eterno debe ser distinguido de lo temporal. 

Un sistema económico podrido no tiene nada que hacer con el nacionalismo, que es una afirmación de la patria. Yo puedo amar a Alemania y odiar al Capitalismo. No solo puedo, sino que debo. Solo la aniquilación de un sistema de explotación puede ser el renacimiento de nuestra gente. Somos nacionalistas porque como alemanes, amamos alemania. Porque nosotros queremos a alemania, queremos preservarla y luchar contra los que quieren destruirla. Si un comunista grita: “¡¡Abajo el Nacionalismo!!”, se refiere al hipócrita patriotismo burgués que ve a la economía como un sistema de esclavitud. Si le aclaramos al hombre de izquierdas que el nacionalismo y el capitalismo no tienen nada que ver, sino que son como el agua y el fuego, entonces hasta un socialista afirmará la nación que querrá conquistar. Este es nuestro verdadero trabajo como NS. Fuimos los primeros en reconocer las conexiones y los primeros en empezar la lucha. Porque somos Socialistas hemos sentido la bendición de la nación, y porque somos nacionalistas queremos promover la Justicia Social en una nueva Alemania. Una joven patria nacerá cuando el frente Socialista sea firme. El Socialismo será una realidad cuando la Patria sea libre. Somos Socialistas porque vemos en el Socialismo, que es la unión de todos los ciudadanos, la única oportunidad de mantener nuestra herencia racial, recuperar nuestra libertad política y renovar el Estado Alemán. El Socialismo es la doctrina de liberación de la clase obrera. Promueve el renacimiento de la 4a clase y su incorporación en el organismo político de nuestra Patria y está destinado a romper la presente esclavitud y recuperar la libertad de Alemania. El Socialismo, por lo tanto, no es una mera preocupación de la clase oprimida, es una preocupación de todos, liberar a los alemanes de la esclavitud es la meta de nuestra política. El Socialismo recibe su verdadera forma solo a través de una lucha total hermanada con las energías que luchan por un nuevo nacionalismo. Sin nacionalismo no es nada, es un fantasma, una mera teoría, un castillo en el aire, un libro. ¡¡Con él lo es todo, el futuro, la libertad, la patria!! El pecado del pensamiento liberal fue pasar por alto la fuerza constructora del Socialismo nacional, dejando las energías ir en direcciones antinacionales. El pecado del Marxismo fue degradar al Socialismo a una mera cuestión de sueldo y estómago, poniéndolo en conflicto con el Estado y su existencia nacional. El entendimiento de estos factores nos lleva a un nuevo sentido de Socialismo, cuya naturaleza es nacionalista, constructiva y liberadora. El Burgués trata de dejar la etapa histórica. En su lugar vendrá una clase de trabajadores productivos, la clase obrera, que ha estado oprimida hasta ahora. Está empezando a cerrar su misión política. Está envuelta en una dura y agria lucha por el poder político porque busca ser parte del organismo nacional. La batalla empieza en el reino económico y acabará en el político. No es una mera cuestión de sueldos, no es solo una cuestión de horas trabajadas en un día, es una lucha por incorporar una poderosa y responsable clase en el Estado, quizás de hacerla dominante en el futuro de la patria. La burguesía no quiere reconocer el poder de la clase obrera. El Marxismo la ha metido en una camisa de fuerza que la arruinará. Mientras la clase obrera se desintegra gradualmente en el frente Marxista, desangrándose, la Burguesía y el Marxismo han aceptado las líneas generales de capitalismo y ven como su tarea protegerlo y defenderlo en sus varias vías, a veces ocultas. Somos Socialistas porque vemos la cuestión social como un asunto de necesidad y justicia para la existencia de un Estado para nuestro pueblo, no como una cuestión de pena barata o sentimentalidad insultante. El trabajador tiene derecho a un nivel de vida que corresponda a lo que produzca. No tenemos intención de mendigar por este derecho. Incorporarlo en el organismo estatal no es solo una cuestión crítica para él, sino para toda la nación. La cuestión es más larga que la jornada de 8 horas. Es una cuestión para que se forme una nueva conciencia de nuevo Estado que incluya a todo trabajador productivo. El Socialismo es posible solamente en un Estado que está unido interiormente y sea libre internacionalmente. La burguesía y el marxismo son responsables de fallar en la persecución de estas metas, unión interior y libertad internacional. No importa como se presenten social y nacionalmente estas dos fuerzas, son enemigos declarados del EstadoSocialista y Nacional. Debemos, por lo tanto, destrozar a los dos grupos políticamente. Las líneas del socialismo alemán son nítidas y nuestro camino, claro. ¡Estamos en contra de la burguesía política y a favor del genuino nacionalismo!, ¡Estamos en contra del Marxismo pero a favor del verdadero Socialismo!, ¡Estamos luchando por el primer Estado Nacional Alemán de naturaleza Socialista!, ¡Estamos luchando por el Partido Nacionalsocialista de los trabajadores Alemanes! El trabajo no es la maldición de la Humanidad, sino su bendición. Un hombre se transforma en hombre a través del trabajo. Lo eleva, lo hace grande, y lo pone por encima de las demás criaturas. El trabajo es creativo, productivo y creador de culturas. Sin trabajo no hay comida, sin comida no hay vida. La idea de que cuanto más te ensucies las manos, más degradante es el trabajo es una idea Judía, no Alemana. Como en cualquier otra área, el alemán pregunta cómo antes que el qué. Es más una cuestión de cómo hacer bien el trabajo que Dios me ha dado que una cuestión de posición. Nos llamamos a nosotros mismos un partido de trabajadores porque queremos rescatar la palabra trabajo de su definición actual para darle su significado original. Cualquiera que cree algo de valor es un creador, esto es, un trabajador. Rechazamos distinguir tipos de trabajo. El trabajo es servicio. Si el trabajo va contra el bienestar general, entonces, es alta traición contra la patria. Los Marxistas reclaman sin sentido el trabajo libre y degradan el trabajo de sus miembros y lo ven como una desgracia. Difícilmente puede ser nuestra meta abolir el trabajo, sino que será darle un nuevo significado y contenido. El trabajador en un estado capitalista no es visto como un creador, sino como una máquina, un número, una rueda en la máquina, sin sentimientos ni razón. Está alienado de lo que produce. El trabajo es la única manera de sobrevivir, no un camino para mayores bendiciones, no un placer, no algo de lo que estar orgulloso, satisfecho. Somos un partido de trabajadores porque vemos que se aproxima la batalla entre finanza y trabajo, el principio del final de la estructura del siglo XX. Estamos de lado del trabajo y contra las finanzas. El dinero es la vara de que mide el liberalismo, el trabajo y el talento del estado Socialista. El Liberal pregunta: ¿Qué eres?, el Socialista pregunta: ¿Quién eres? No queremos hacer a todas las personas idénticas, tampoco queremos niveles sociales, alto y bajo, por encima y por debajo. La Aristocracia del Estado que vendrá no estará determinada por las posesiones o por el dinero, solo por la cualidad de los logros de cada uno. Se gana el mérito a través del servicio. El Hombre se distingue por el resultado de su trabajo. El valor del trabajo bajo el Socialismo será determinado por el servicio que preste al Estado, a la Comunidad. El trabajo es valor creativo. El soldado es un trabajador cuando empuña la espada para proteger la economía nacional. El hombre de Estado es también un trabajador cuando da a la nación una forma y una voluntad que la ayude a producir lo que necesite para la vida yl a libertad. Una frente arrugada es mayor símbolo de trabajo que un puño poderoso. Nos llamamos un partido de los trabajadores porque queremos liberar al trabajo de las cadenas del Capitalismo y el Marxismo. Luchamos por el futuro de alemania y aceptamos el odio que viene de la burguesía liberal. Sabemos que triunfaremos en nuestra lucha por traer mayores bendiciones. Dios da el territorio de la Nación para cosechar trigo. La Semilla se convierte en trigo y el trigo en pan. El medio para que esto ocurra es el trabajo. El que desprecie el trabajo pero acepte sus beneficios es un hipócrita. Este es el profundo significado de nuestro Movimiento: da a las cosas su significado original, sabiendo que hoy estos conceptos se pueden hundir en el fango. Por eso, nosotros los Nacional Socialistas nos denominamos como un partido de los trabajadores. Cuando nuestras banderas ondean detrás de nosotros, cantamos: “¡Somos el ejército de la Svástica, elevad las banderas rojas! ¡Queremos limpiar el camino de la libertad para el trabajo Alemán!” Nos oponemos a los judíos porque defendemos la libertad de los alemanes. El judío es la causa y el beneficiario de nuestra esclavitud, ha utilizado la miseria social de las grandes masas para hundirlas en una miserable división entre derechas e izquierdas, han dividido alemania en dos mitades escondiendo la verdadera razón de la derrota de la Gran Guerra y falsificando la naturaleza de la Revolución. El judío no está interesado en solucionar el problema alemán. No puede tener ése interés. El judío depende de que éste permanezca sin resolver. Si el pueblo Alemán formara una comunidad unida y reconquistara su libertad, no habría nunca más lugar para el judío. Su mano es más fuerte cuanto más esclava sea la gente, Nacional e Internacionalmente, pero se debilita cuando esta gente es libre, trabajadora e independiente. El judío causa nuestros problemas y vive de ellos. Por eso nos oponemos al judío como Nacionalistas y como Socialistas. Él ha arruinado nuestra Raza, corrompido nuestra moral, hundido nuestras costumbres y roto nuestra fuerza. Le debemos a él lo que somos hoy, los Parias del mundo. Cuando olvidemos nuestra naturaleza germana, el triunfará sobre nosotros y nuestro futuro. El judío es el demonio de la descomposición. Donde encuentra miseria y degeneración, comienza su trabajo como carnicero de las naciones. Se esconde detrás de una máscara y se presenta como amigo de sus víctimas, solo cuando es muy tarde sus víctimas se dan cuenta de quién les ha partido el cuello. El judío no es creativo. No produce nada, solo comercia con productos. Con ropa, cuadros, joyas, trigo, personas y estados. Cuando ataca a un Estado es un Revolucionario. Tan pronto como obtiene el poder, ruega y pide orden y calma para poder devorar su conquista en paz. ¿Qué tiene que ver Antisemitismo con Socialismo? Haré la pregunta de otra forma... ¿Qué tiene que ver el judío con el Socialismo? Socialismo es trabajo. ¿Cuándo vio alguien al judío trabajar sin rapiñar, robar o vivir del sudor de otros? Como Socialista somos oponentes del judío, porque vemos al judío como la encarnación del capitalismo y la miseria de los bienes de la nación. ¿Qué tiene que ver el Antisemitismo con el Nacionalismo? Haré la pregunta de otra forma... ¿Qué tiene que ver el judío con el Nacionalismo? El Nacionalismo tiene que ver con la Sangre y la Raza. El judío es el destructor de la pureza de la Raza. Como Nacionalistas nos oponemos al judío porque vemos al judío como el enemigo de nuestro Honor y la Libertad Nacional. Pero el judío, después de todo, es un humano. Ciertamente, nadie lo duda. Solo dudamos de que sea un humano decente. Vive bajo otras leyes distintas a las nuestras. El hecho de que sea un humano no es razón suficiente para dejar que nos esclavize. Él será un humano, ¿pero que clase de humano?, si alguien golpea a tu madre, ¿Qué dirás?: ¿¡Gracias, después de todo es usted un humano!? Ésa persona no es humana, ¡es un monstruo! Cosas peores le ha hecho el judío a nuestra madre alemania y lo sigue haciendo hoy en día. También hay judíos blancos. Es verdad, están escondidos entre nosotros y se cree que son alemanes, éstos actúan de forma inmoral contra sus camaradas de Sangre y Raza. ¿Pero por qué los llamamos judíos blancos? Usas el término de manera despreciable y para describir algo inferior. ¿Por qué nos preguntas que por qué nos oponemos al judío sin saber si tu eres uno de ellos? El Antisemitismo no es cristiano. Ser cristiano significa amar a su prójimo como a si mismo. Mi prójimo es mi hermano de Raza y Sangre. Si yo le amo, tengo que odiar a sus enemigos y él piensa que los alemanes deberían despreciar a los judíos. Una cosa requiere la otra. Cristo mismo vio que el amor no es algo que funcionara siempre. Cuando vio a los mercaderes en el templo, él no dijo: “Hijos, amáos los unos a los otros”, él los echó. Nos oponemos al judío porque amamos al pueblo alemán. El judío es nuestra gran desgracia. No es verdad que desayunemos judíos. Lo que es verdad es que lenta pero progresivamente, el judío nos roba todo lo que tenemos. Las cosas serían diferentes si nos comportásemos como alemanes. Nosotros no entramos en el Parlamento para usar métodos parlamentarios. Sabemos que el destino de las personas está determinado por las personalidades, nunca por mayorías parlamentarias. La esencia de la Democracia Parlamentaria es la mayoría, la cual destruye la responsabilidad personal y glorifica a las masas. Una docena de pícaros y ladrones se mueve tras la escena. La Aristocracia depende del talento, la regla del más válido y la subordinación de los menos aptos a la voluntad del Liderazgo. Lo que demandamos es nuevo, decisivo, radical y revolucionario en el más estricto sentido de la palabra. No tiene que ver con disturbios y barricadas. Las Revoluciones son actos espirituales. Aparecen primero en la gente, después en la política y la economía. La nueva gente forma nuevas estructuras. La primera transformación es espiritual, que cambiará la forma que tienen las cosas ahora. El acto revolucionario es visible en nosotros. El resultado será una nueva persona: el Nacional Socialista. Consecuente con su actitud espiritual, el Nacionalsocialista hace demandas inflexibles en el campo de la política. Para el Nacionalsocialista no hay si... o cuando..., solo hay o todo o nada. El Nacionalsocialista pide: El retorno del Honor alemán. Sin Honor, uno no tiene derecho a vivir. La Nación que empeña su honor, ha empeñado su pan. El Honor es el fundador de cualquier comunidad. La pérdida de nuestro Honor es la verdadera causa de la pérdida de nuestra Libertad. En lugar de una colonia esclava, queremos un Estado Nacional Germano restaurado. Para nosotros el Estado no es un fin en sí mismo, sino una manera de conseguir otro fin. El verdadero fin es la Raza, la suma de las fuerzas creativas de la gente. La estructura que hoy se llama República Alemana no es una forma de mantener nuestra herencia Racial. Se ha convertido en un fin en si mismo sin conexión con la gente y sus necesidades. Queremos trabajo y pan para todo camarada productivo. La paga debería concordar con el talento. Esto significa, ¡más sueldo para los trabajadores alemanes! Esto parará la lucha en la que estamos sumidos. Primero, proveyendo comida y alojamiento a la gente, para después pagar indemnizaciones. Ningún demócrata, ningún Republicano, tiene el derecho de quejarse por esta reclamación, porque fue uno de los estandartes de la Alemania de Noviembre (la República de Weimar comenzó en el Noviembre de 1918). Solo queremos convertir el eslogan en realidad. ¡Proveer lo esencial es un deber! Primero debemos saber las necesidades críticas de la gente y después ya haremos productos de lujo. ¡Proveer trabajo a los que quieren trabajar!, ¡Darles tierras a los granjeros! La política exterior alemana que vende lo que tenemos a precios bajísimos debe ser transformada y se debe enfocar radicalmente el la necesidad alemana de espacio. ¡Paz entre los trabajadores! Cada uno debe hacer su tarea por el bien de la comunidad. El Estado tiene la responsabilidad dep proteger al individuo, garantizándole el fruto de su trabajo. ¡Una guerra contra la corrupción! ¡Una guerra contra la explotación, libertad para los trabajadores! Queremos la eliminación de la influencia Capitalista en la política Nacional. ¡Una solución para la cuestió judía! Queremos la expulsión sistemática de loselementos raciales extranjeros en cada área de la vida pública. Debe haber una separación sanitaria entre alemanes y no-alemanes solo en el aspecto racial, no en el aspecto nacional o en las creencias religiosas. Queremos el retorno de la Lealtad y la Fe en la vida económica. La inversión del proceso de injusticia que ha robado a millones de alemanes sus posesiones. Los alemanes siempre tendrán preferencias antes que los extranjeros y judíos. ¡Una batalla contra el veneno de la cultura Internacionalista judía! El fortalecimiento de las fuerzas alemanas y sus costumbres. La eliminación de los principios semíticos corruptos y la degeneracion Racial. ¡La pena de muerte para los aprovechados y usureros! Un programa firme puesto en práctica por hombres que quieran implantarlo con pasión.
Sin eslógans, solo energía vital.
¡Eso es lo que demandamos!


miércoles, 28 de marzo de 2012

Quitas en la historia: grandes oportunidades de beneficio en las bolsas

Ahora que se ha producido la quita de deuda griega, la vida sigue y el país está sumido en la incertidumbre acerca de lo que pasará ahora. Ciertamente, en Actibva no tenemos una bola de cristal, pero sí que podemos mirar al pasado para ver que ha sucedido después de otras famosas quitas. Lo que sí podemos afirmar, es que las quitas pueden ser una gran oportunidad para obtener beneficio bursátil.

Aunque pueda parecer que las quitas son un fenómeno relativamente nuevo, nada más lejos de la realidad. La primera quita de la que se tiene constancia fue realizada por Enrique III de Inglaterra en el año 1340, según los economistas Carmen M.Reinhart y Kenneth S.Rogoff que en su obra “Esta vez es distinto: ocho siglos de necedad financiera” recogen un total de más de 260 casos de impago registrados para los que se dispone de información estadística e histórica.

Las quitas latinoamericanas

Corría el año 1973 y el mundo estaba inmerso en la crisis del petróleo. En esta crisis, a diferencia de la actual, había ganadores y perdedores. Mientras que la mayoría de los países desarrollados estaba sumido en una fuerte recesión provocada por la subida de los precios del crudo, los países árabes nadaban en la abundancia a resultas de dichos aumentos de precio.
La abundancia de petrodólares existentes en los mercados financieros se encaminó a latinoamérica para financiar proyectos de estos países pues, en occidente, la crisis limitaba las necesidades de financiación. De pronto, países como México y Brasil accedieron a una gran cantidad de ahorro exterior vía préstamos a interés variable. Para que os hagáis una idea de la magnitud del asunto, en 1972 la deuda de los países en desarrollo era de 90.000 millones de dólares y, casi diez años después, en 1981 ascendía a 462.000 millones. Cinco veces más.

Llegó un momento en el que los países deudores no pudieron pagar sus préstamos. En 1982, México declaró que sus reservas de divisas estaban agotadas. Tras esto, los prestamistas se negaron a renovar la financiación a este país y a otros en situación similar. Ese mismo año y en 1983 se produjo el impago de México y Brasil respectivamente.

La bolsa brasileña cayó un 14% el año del impago, sin embargo, al año siguiente, su selectivo protagonizó un alza del 365%. La bolsa mexicana, cayó un 28% el año de la quita; al año siguiente se revalorizó un 260% y al otro, un 69%.

La quita rusa

Durante años, varias de las mayores entidades financieras internaciones habían estado prestando enormes cantidades a Rusia con la tranquilidad de que en caso de impago, las instituciones internacionales se harían cargo del problema y proporcionarían liquidez al país comunista. Sin embargo, se equivocaron.


Un buen día, Rusia declaró una moratoria unilateral en el pago de su deuda externa. El FMI no intervino. Ante la situación, los grandes prestamistas internacionales decidieron cortar la financiación a todos aquellos países y/o empresas que no gozaran de la máxima solvencia.

Debido al default, la bolsa rusa protagonizó una caída del 85% durante el año 1998. Al año siguiente, con la quita ya realizada, el mercado de valores fue testigo de una subida del 197%.


La quita argentina

Probablemente, la quita argentina fue una de las más mediáticas, seguida en directo por televisión e internet durante el año 2001. Los problemas llegaron cuando este país eliminó la paridad fija, un peso por un dólar, que había mantenido artificialmente durante años. En cuanto se dejó flotar el peso argentino, la moneda se devaluó rápidamente hasta alcanzar una conversión de tres pesos por dólar.
Se produjo entonces el fenómeno conocido como “el corralito” que fue seguido de una fuerte recesión y la quita de la enorme deuda externa que tenía el país pues durante la década del los 90, el estado argentino se había endeudado fuertemente con el exterior, hasta el punto de no poder devolverlo.

Tras el impago, el Merval (principal índice argentino) cayó un 29% si bien al año siguiente se produjeron alzas del 78% y, al otro, del 104%.

Conclusión

Durante el pasado año, la bolsa helena protagonizó caídas de 52% de su valor total. Sin embargo, tras la quita, lleva una revalorización en 2012 del 11%. Todo apunta a que podríamos estar ante un caso similar al ya observado en latinoamérica, Rusia o Argentina. Tal vez ha llegado el momento de que nuestras inversiones aprendan griego.
Y, por cierto, ¿a que no sabéis qué país es el que tiene el récord absoluto de quitas con 14 defaults? Para los que hayáis pensado que es España, enhorabuena, habéis acertado. La primera fue en el siglo XVI y, desde entonces, se ha convertido en un triste hábito.

Fuente

domingo, 19 de febrero de 2012

Ricos y pobres

Por César Vidal

Las naciones que abrazaron la Reforma experimentaron un cambio radical a la hora de contemplar la riqueza y la pobreza. Asumieron todas las enseñanzas en contra de la codicia y a favor de ayudar al prójimo, pero rechazaron de plano el pauperismo.


Otra de las consecuencias de que España se quedara en el campo de la Contrarreforma fue que, al igual que naciones como España, Portugal o Italia, adoptó una visión absolutamente dislocada sobre la riqueza y la pobreza.  Se trata de una visión nefasta que persiste hasta el día de hoy.

Lo comentaba la semana pasada Pedro de Tena en Es la noche de César.  Los siglos de catolicismo habían creado en la sociedad andaluza un sentimiento indudable de aversión a los ricos que, por añadidura, veía con favor a los que decían defender a lo pobres. Como tantas características de la mentalidad católica en España, al final, quien se había aprovechado de ella era el PSOE.  Según Pedro de Tena –y no puedo más que darle la razón–, ese pauperismo había creado un caldo de cultivo que favorecía a los socialistas ya que, en teoría, era a los pobres a quienes ellos defendían. Coincido con el análisis de Pedro de Tena en cuanto a las raíces de tan funesta visión, pero, a la vez, me permitiría añadir otras dos nefastas consecuencias de ese pauperismo: la hipocresía y la envidia.

Teóricamente, ser pobre era algo espiritualmente magnífico –continua siendo uno de los tres votos de la vida religiosa y uno de los supuestos consejos de perfección– pero, anunciado por la institución que tenía la mayor acumulación de riquezas de la época (muchas veces por encima de reyes y emperadores) y que, además, disfrutaba de privilegios fiscales sin comparación, no dejaba de resultar, se mire como se mire, un tanto cínico. A decir verdad, como señalaba Zefirelli en el final de su Hermano sol, hermana luna, al final resultaba que la existencia de algunos pobres espirituales constituía la pantalla perfecta para acumular riquezas y, a la vez, evitar que los pobres se marcharan en busca de terrenos espirituales más sustanciosos. Se trataba de una conducta hipócrita también claramente visible en la izquierda cuando clama por los descamisados mientras se llena los bolsillos con el dinero que sale de nuestros impuestos y así verifica que es, en no pocos aspectos, un retrato en negativo de la iglesia católica. Pero la maldición no concluye ahí. Hasta el más tonto de los miserables era consciente de que había gente que vivía en la abundancia y que no parecía sentirse mal y ahí surgió la envidia, una envidia que, supuestamente, tenía legitimación teológica y que llega hasta la actualidad. En no escasa medida, sectores nada pequeños de nuestra sociedad se desgarran mental y espiritualmente entre los gritos de que los pobres son la sal de la tierra, la codicia que sienten - y que desearían satisfacer – y la envidia hacia aquellos que tienen un buen pasar y que, solo por eso, tienen que ser malos.

Vaya por delante, que semejante visión nada tiene que ver con la Biblia y no pasa de ser una lectura perversa de los textos sagrados más influida por cínicos como Diógenes que por los profetas de Israel o Jesús. Es cierto que la Biblia previene contra el amor al dinero y que señala que no se puede servir a las riquezas como si fueran Dios porque esa conducta es equivalente a la idolatría. Igualmente, la codicia aparece condenada en el Decálogo y se enseña que hay que utilizar los bienes propios para socorrer a los necesitados. Con todo, hasta ahí llegan sus advertencias. Ir más allá es corromper su mensaje y abocar a una sociedad al punto donde, por desgracia, nos encontramos. Cualquiera que haya leído la Biblia, sabe que ésta enseña que Abraham, el "amigo de Dios" era "riquísimo en ganado, plata y oro" (Génesis 13: 2). Esa riqueza no era una desgracia que pusiera en peligro su relación con el Altísimo porque Abimelec pudo afirmar aquello "y YHVH ha bendecido mucho a mi señor, y él se ha engrandecido; y le ha dado ovejas y vacas, plata y oro, siervos y siervas, camellos y asnos" (Génesis 24: 35).

Lo sucedido con Abraham no constituía una excepción.  A decir verdad, la prosperidad económica era una de las bendiciones prometidas por Dios al pueblo de Israel en el caso de que fuera fiel a la Torah.  De hecho, ésta afirma: "Te acordarás de YHVH tu Dios; porque Él te da la fuerza para ganar riquezas a fin de confirmar su pacto que juró a tus padres, como en este día" (Deut 8: 18).

Son sólo botones de muestra dentro de un grupo innumerable de ejemplos.  ¿Acaso no dice I Reyes 10: 23 que el rey Salomón "sobrepasaba a todos los reyes de la tierra tanto en riquezas como en sabiduría"? ¿No señala cómo Dios recompensó a Job por su fidelidad en medio de las más terribles pruebas multiplicando sus riquezas (Job 42: 10-17)?  ¿No afirma tajantemente el libro bíblico de los Proverbios que "riquezas y honra y vida son la remuneración de la humildad y del temor de YHVH" (Proverbios 22. 4)?

Precisamente por eso, las naciones que abrazaron la Reforma experimentaron un cambio radical a la hora de contemplar la riqueza y la pobreza. Por supuesto, asumieron todas las enseñanzas en contra de la codicia y a favor de ayudar al prójimo, pero rechazaron de plano el pauperismo, la alabanza de la pobreza o el resentimiento hacia los que habían triunfado en la vida. No se me ocurriría cuestionar que la envidia o el rencor puedan existir en naciones como Gran Bretaña, Estados Unidos, Holanda, pero la mentalidad general es muy diferente, entre otras razones, porque no tuvieron una iglesia única y oficial que podía, a la vez, acumular riquezas extraordinarias, por un lado, y acuñar insensateces como la denominada "opción preferencial por los pobres", por otro. Tampoco consideraron que la pobreza fuera una bendición que acercaba más al Altísimo – si es así, desde luego, habría que preguntarse porque hay que abandonarla - sino más bien una situación de la que había que salir cuanto antes. No deja de ser significativo que mientras la Europa de la Contrarreforma mantenía la sopa de los conventos con una visión asistencial, la Europa de la Reforma comenzó a crear talleres para que trabajaran los pobres porque recordaba la enseñanza paulina de que "el que no quiera trabajar que tampoco coma" (II Tesalonicenses 3: 10). Quizá por eso, a sus legisladores siempre les ha preocupado más que la gente pudiera encontrar trabajo que el que tuvieran cobertura de desempleo…

En esas naciones reformadas –cuya manifestación más cuajada son los Estados Unidos-, el hecho de ansiar salir de la pobreza, de saber abrirse camino en la vida, de trabajar con empeño, de crear una empresa, de ganar dinero con ella –incluso mucho dinero– se ha visto durante siglos como una trayectoria digna y admirable. Es más, resulta incomprensible que alguien piense en tomarse un descanso laboral aprovechando que cobra el seguro de desempleo o que no esté buscando trabajo inmediatamente en lugar de las posibles ayudas sociales. España, por el contrario, se ha ido configurando, siglo a siglo, como una sociedad herida por la envidia, en la que todavía hacer demagogia con la pobreza rinde réditos electorales y donde los que han tenido o tienen grandes riquezas -tanto los progres como la iglesia católica– no pocas veces predican la solidaridad con el prójimo a la vez que protegen sus patrimonios nada desdeñables en SICAVs, algo, dicho sea de paso, bastante lógico tal y como está el panorama fiscal.  Y seamos ecuánimes, tanto los unos como la otra han intentado e intentan también remediar pesares del prójimo aunque para ello recurran al dinero de los contribuyentes o al de sus fieles.

Si España –y no sólo España– desea cambiar, debe cambiar también esa mentalidad pauperista que, al fin y a la postre, sólo genera codicia, hipocresía y envidia porque la inmensa mayoría de los que la propugnan no se caracterizan precisamente por abandonar todo sino más bien por lo contrario.  Sin embargo, para que se produzca ese necesario – verdaderamente indispensable - cambio de mentalidad también deben operarse otros a los que seguiré refiriéndome en próximos capítulos.

"Nadie se acordaría del buen samaritano si, junto con las buenas intenciones, no hubiera tenido dinero." Margaret Thatcher.


"El espíritu mercantil y el afán de lucro han hecho más bien para muchísima más gente pobre que toda la ayuda humanitaria y todos los créditos blandos concedidos por todos los gobiernos y todas las ONG del mundo juntas." Paul Krugman.

Fuente 

Reflexión : Sobre el dinero y la felicidad

sábado, 12 de febrero de 2011

La maravilla del capitalismo desde 1810-2010


Es sorprendente y escandaloso, se suele afirmar, que ya dentro del siglo XXI una gran parte de la población mundial viva en condiciones de pobreza, es decir, que muchos seres humanos no tengan acceso a los bienes básicos que aseguren su subsistencia: alimentos, vestidos y vivienda. Aunque existen diferentes criterios, siempre relativos, a la hora de definir la pobreza, las cifras que se suelen manejar son realmente demoledoras.

El último informe del Banco Mundial calcula que casi 1.200 millones de personas viven actualmente con una renta máxima de un dólar diario, lo que supone que cerca de la cuarta parte de la humanidad se encuentra en una situación de extrema pobreza, sin poder cubrir siquiera sus necesidades nutritivas. El mismo informe estima que, si pobreza es "tener hambre, carecer de cobijo y ropa, estar enfermo y no ser atendido, y ser iletrado y no recibir formación", el 46 por ciento de la población mundial padecería estas condiciones ya que 2.800 millones de personas viven con menos de dos dólares diarios. Dos recientes estudios, el informe anual de la FAO y otro elaborado por la ONG Acción contra el Hambre, calculan que unos 800 millones de personas sufren desnutrición, lo que representaría el 13 por ciento de la población mundial. 

En cualquier caso, las cifras son sin duda escandalosas, pero no deberían producir sorpresa si se analizan desde otro punto de vista. Se tendría que abandonar la posición en que nos encontramos los habitantes de los países ricos y contemplar, a vista de pájaro, la historia del hombre por alcanzar una renta suficiente que le asegure no morir de hambre o de frío. Entonces lo sorprendente, o al menos lo excepcional y novedoso, es que la mayoría de la población mundial lo haya conseguido en una plazo de tiempo relativamente corto.

En efecto, desde que el hombre apareció en su forma actual, hará medio millón de años, prácticamente todo su esfuerzo y su tiempo lo ha dedicado a procurarse alimentos, vestidos y un refugio donde vivir, y sólo muy recientemente, hace apenas cien o doscientos años, y en pocos países al principio, una parte de la población empezó a salir al fin de la extrema pobreza y miseria en la que el hombre ha vivido durante 5.000 siglos. 

La novedad no es por tanto que exista ahora pobreza -que todavía perdure, habría que decir mejor-, sino que la mayoría de los habitantes del planeta dediquen hoy una parte de sus ingresos a alimentarse, a vestirse y a tener acceso a una vivienda digna, y que puedan luego disponer de unos recursos restantes para gastar en bienes y servicios de uso exclusivamente humanos, como ocio, cultura o viajes. Excluyendo a una minoría insignificante de privilegiados que siempre ha existido, la gran conquista de la historia económica del hombre es que la riqueza así entendida haya alcanzado en muy poco tiempo a la mayoría de la población mundial.

En este largo recorrido se han producido dos acontecimientos decisivos. El primero fue la Revolución del Neolítico, cuando hace unos 10.000 años el hombre aprendió a cultivar la tierra y a domesticar los animales, pasando de ser recolector y cazador a agricultor y ganadero. Se dio entonces un paso gigantesco hacia el objetivo de producir los alimentos y los otros bienes que aseguraran la subsistencia. La productividad del trabajo de las nuevas sociedades agrarias creció espectacularmente, se crearon las primeras concentraciones urbanas y la población mundial aumentó significativamente.

Pero, a pesar de este avance, el conjunto de la sociedad, salvo contadísimas excepciones, siguió viviendo por debajo del nivel de subsistencia. El indicador que mejor resume esta situación es la escasa esperanza de vida que el hombre ha padecido durante el 98 por ciento de su historia. Carlo M. Cipolla asegura que en todas las sociedades agrícolas que han existido durante los últimos 12.000 o 10.000 años, los índices de mortalidad llegaban en ocasiones al 300 e incluso al 500 por mil y estos períodos no solían coincidir con guerras, sino con epidemias y plagas. En tiempos normales, de cada 1.000 niños nacidos, solían morir de 200 a 400 antes de transcurrido un año y otros muchos fallecían antes de los siete años. La esperanza de vida al nacer presentaba un promedio de entre 20 y 35 años, y pocos de los que llegaban a cumplir los cinco años tenían muchas probabilidades de sobrepasar los 50. Sólo gracias a que las tasas de natalidad eran también elevadísimas, la población mundial pudo pasar de los cinco o diez millones de habitantes que había en vísperas de la revolución agrícola, a los 700 millones estimados de 1750, cuando comienza la industrialización. 

Esta miseria crónica de la humanidad empieza a desaparecer con la llegada del segundo gran acontecimiento de la historia económica del hombre, la Revolución Industrial. La libertad de comercio, de inversión y de contratación, el capitalismo, en una palabra, ha creado en dos siglos muchísima más riqueza que en todo el resto de la historia humana y esta riqueza ha alcanzado a la mayoría de la población mundial. Si a principios del siglo XIX había unos 100 millones de personas que vivían dignamente (el 10 por ciento de la población mundial, que ya es mucho suponer), actualmente entre 3.000 y 4.000 millones tienen cubiertas todas sus necesidades básicas.

Es más, el plazo de tiempo en que una determinada sociedad o nación ha conseguido pasar de la extrema pobreza a disfrutar de una renta suficiente suele ser mucho más reducido que los dos siglos de historia total del capitalismo. La famosa hambruna que Irlanda sufrió en el siglo XIX redujo su población casi la mitad y hace cincuenta años era todavía tan pobre como hoy es un país africano, pero tiene ahora una renta per capita superior a la de Alemania. España era hasta los años sesenta una sociedad más agraria que industrial en razón de la población ocupada en estos sectores, y la gran mayoría de sus habitantes gastaba toda su renta en alimentación, vestidos y vivienda, lo que quiere decir que estaban cerca o no llegaban al límite de la subsistencia. Hoy en día, dedican a estas partidas apenas el 50 por ciento de sus recursos (el 21 por ciento a la alimentación, según la Encuesta de Presupuesto Familiar del INE) y, cubiertas estas necesidades ineludibles, son libres a la hora de gastar el resto. 

En este sentido, la economía de mercado ha sido la única capaz de liberar al hombre de la esclavitud que representa la lucha permanente por la supervivencia, una situación que se produce todavía en muchas zonas del planeta, pero que, y esto es lo que se suele olvidar, estaba totalmente extendida hace 200 años. El camino hacia la libertad tiene seguramente un recorrido infinito, pero no existe ninguna duda de que el primer paso es liberarse de la miseria, ya que el mayor sometimiento es el que imponen las necesidades materiales más primarias. 

Desde este punto de vista, es sorprendente que el sistema económico que esto ha conseguido haya sido el más atacado durante los últimos cien años. Según opinión, muy compartida, de Norberto Bobbio, el carácter distintivo de la izquierda es el igualitarismo y la mejora de las clases más desfavorecidas, y se da por supuesto que la libertad económica es la principal traba para alcanzar estos loables objetivos. Por ello, toda ideología izquierdista tiene un hondo sentimiento anticapitalista y se mueve entre un disimulado recelo por la libre competencia y un radical rechazo de este sistema. Después del estrepitoso fracaso del socialismo real, la izquierda sigue afirmando que el marxismo es una buena teoría que ha sido mal aplicada y se niega a reconocer que el grado de miseria y de muerte conseguido por los enemigos de la libertad económica es la inevitable consecuencia de su propia aberración teórica. En realidad, lo que mejor confirma la preocupación de los marxistas por la pobreza es que nadie ha conseguido aumentarla tanto como ellos. 

Su primer dogma fue que el desarrollo capitalista traería un inevitable empobrecimiento de los trabajadores, es decir, haría más ricos a los ricos y "todavía" más pobres a los pobres, pero cuando la realidad ha terminando refutando esta predicción, se insiste en nuevos disparates que todavía siguen teniendo gran aceptación. Se asegura que el crecimiento económico capitalista conlleva un aumento de las desigualdades entre las rentas dentro de un país, y cuando también los hechos desmienten esta afirmación, se incide en que la pobreza del Tercer Mundo es consecuencia de la riqueza que disfrutan otros países. Como los despropósitos suelen ir encadenados, el más reciente, que a buen seguro no será el último, es que la llamada globalización favorece a los países desarrollados y perjudica a los pobres.

Vayamos por partes. Si fuera verdad, como la izquierda afirma desde hace siglo y medio, que las diferencias aumentan a la par que el desarrollo económico, la brecha tendría que ser ahora abismal, casi infinita, algo que no confirma la visión más superficial. La realidad es precisamente la contraria y otra observación de sentido común bastaría para demostrarlo. En cualquier época anterior, en el siglo XVII o en la Edad Media, por ejemplo, sí que había una diferencia infinita entre las rentas patrimoniales, casi nunca de trabajo, que disfrutaban unos pocos y los ingresos "negativos" del resto, que no alcanzaban ni siquiera el nivel de subsistencia. Era en realidad la diferencia entre la vida opulenta y la condena a muerte.

No serían necesarios análisis más profundos para confirmar esta obviedad, pero existen numerosos estudios. Se trata de saber si el desarrollo económico mejora la distribución de las rentas personales, si se produce, dicho con otras palabras, una convergencia real dentro de un determinado país, o si, por el contrario, la desigualdad es mayor aunque los pobres lo sean cada vez menos, ya que los ricos mejoran su situación en mucha mayor proporción y rapidez. 

A la hora de abordar este tema es necesario aclarar algunas cuestiones metodológicas que suelen desvirtuar las conclusiones, tanto si se analizan las desigualdades individuales dentro de un país, como si se hace entre regiones o países. La primera es que los estudios comparan las rentas personales, la renta per capita, que los individuos obtienen en un año determinado, y se analizan posteriormente las tendencias. El análisis sería mucho más preciso si se comparara la distribución de las rentas que reciben los individuos a lo largo de toda su vida o, al menos, las ganancias acumuladas cuando cumplen edades similares. 

Tal vez, la aplicación de este método no modificaría mucho lo que hoy sabemos sobre cómo se distribuía la riqueza en las sociedades precapitalistas, donde los ricos nacían ricos y los pobres estaban condenados de por vida, transmitiéndose además estas inmutables condiciones en sucesivas generaciones. Pero la economía de mercado genera una gran movilidad social y muchos de los que un año constituyen el segmento de población que una estadística reconoce como pobres (inmigrantes recientes, parados de larga duración, jóvenes, etc.), dejarán de serlo años después.

Otra cuestión metodológica que ensombrece algunos análisis relativos a las desigualdades entre países o regiones del mundo es que, como en el citado estudio del Banco Mundial, las rentas se calculen en dólares constantes y no en paridad de poder adquisitivo (PPA), que expresa mejor el nivel de vida real. No existirían entonces las distorsiones que acarrean los tipos de cambio de las diferentes monedas y, sobre todo, el nivel de precios de los bienes y servicios. Sin hacer esta corrección, una persona que gana cuatro dólares al día (unos 1.500 dólares de renta anual) no es considerada pobre por el Banco Mundial, y tal vez no lo sea en Nicaragua o en Sierra Leona, pero seguro que lo es en EE UU, donde la renta per capita media es superior a 30.000 dólares. Este criterio puede producir también distorsiones en sentido contrario. 

El ejemplo más claro de que el concepto de pobreza puede ser muy relativo lo ofrece la definición que sobre él hacen algunos estudios, como el patrocinado por Cáritas. Se define la pobreza como una situación en la que la renta obtenida no supera la mitad de la renta media nacional, llegándose entonces a la disparatada conclusión de que en España hay unos 8,5 millones de pobres, ya que es ésta la cantidad de personas que ganan menos de 1,2 millones de pesetas al año, sin tener en cuenta sus condiciones personales o familiares. Pero el mayor dislate de este tipo de estudios es que si, por ejemplo, la renta real (poder adquisitivo) de todos los habitantes crece por igual, supongamos que de forma significativa, no habiendo por tanto cambios en la distribución de la riqueza, seguirá habiendo el mismo número de pobres, pues el listón de referencia, la renta media, se mantendrá igual de alejada para el segmento más desfavorecido. 

También las conclusiones pueden quedar empañadas si sólo se utilizan criterios puramente económicos, la renta per capita fundamentalmente, sin tener una visión multidimensional del desarrollo. El premio Nobel Amartya Sen no sólo denuncia esta limitación, sino que demuestra que otras dimensiones, como la libertad, la democracia o la educación, pueden ser causas, más que efectos, de la mejora económica. Además de su famosa constatación de que en ningún país libre y democrático se ha producido una hambruna, sus tesis permiten comprobar que, por ejemplo, Sri Lanka, con la mitad de renta per capita que Brasil, tiene una tasa de alfabetización más alta que éste y, como una mayor educación reduce la expansión demográfica, la economía del país asiático mejora más rápidamente y supera a Brasil en esperanza de vida y en mortalidad infantil. 

Otra dificultad es no disponer de una información estadística con series históricas suficientemente dilatadas y homogéneas para constatar que efectivamente se produce una convergencia de las rentas internas a la par que el desarrollo. Es éste un tema clave, ya que en periodos más cortos se pueden producir divergencias de rentas que suelen coincidir con fases recesivas. Existe polémica sobre si en una primera etapa del desarrollo capitalista se abrió el abanico de ingresos, y si esto sucede también en sectores nuevos con una fuerte y rápida expansión, como el que ahora vive el de las nuevas tecnologías. Pero ya pocos economistas ponen en duda que a largo plazo el desarrollo capitalista conlleva una disminución de las desigualdades. 

Otro premio Nobel, Robert Lucas, ha dibujado un escenario histórico del capitalismo cuyos grandes trazos son los siguientes: en un primer momento, los pocos países que iniciaron la revolución industrial crecieron muy rápidamente y las desigualdades aumentaron; posteriormente, a medida que más países se integraron en el grupo de cabeza, el crecimiento se ralentizó y se empezó a producir una cierta convergencia, tanto interna como entre las naciones; por último, la economía global de las regiones desarrolladas ha vuelto a acelerarse, mientras la convergencia ha avanzado en sus dos vertientes. Para zanjar este tema, bastará con citar un exhaustivo informe realizado por UNCTAD sobre Comercio y Desarrollo que, en el capítulo titulado Desigualdad de ingresos y desarrollo, analiza 108 países y establece una relación inversa entre ambas variables, es decir, a más desarrollo menos desigualdad, confirmando que África y América Latina padecen las mayores diferencias de ingresos. 

Pero si ya apenas se discute que el desarrollo capitalista conlleva una distribución más justa de los recursos individuales en el interior de los países, y menos aún se pone en duda que la libertad económica ha supuesto una espectacular mejora del nivel de vida de los trabajadores, lo que sí sigue teniendo una gran aceptación, y muchos lo asumen como un dogma de fe incuestionable, es que las desigualdades internacionales crecen porque la espectacular expansión económica de unos países supone el creciente subdesarrollo de otros. O sea, que unos se enriquecen porque otros se empobrecen. Esta falacia ha resurgido recientemente con más fuerza a propósito de la llamada globalización. Sus enemigos sostienen que este fenómeno favorece únicamente a los países capitalistas desarrollados y perjudica a los más pobres o, lo que es lo mismo, que aumenta la pobreza y consecuentemente la desigualdad. Parece como si los desvaríos izquierdistas tuvieran que reproducirse necesariamente en cadena: cuando la evidencia empírica acaba con uno, nace inmediatamente el siguiente.

Los que establecen una relación causa-efecto entre el aumento de la riqueza de unos países y la mayor pobreza de otros suelen arrastrar dos falacias anteriores, una teórica y otra histórica. La primera es considerar que la riqueza generada por la actividad económica es una cantidad fija, una tarta, que se reparte entre los agentes que en ella intervienen con resultado cero, es decir, que lo que unos ganan es igual a lo que otros pierden, o que unos se quedan con los trozos pequeños de la tarta porque otros han cogido los más grandes. El beneficio del empresario sería la suma de las plusvalías que extrae a sus obreros, la ganancia del comerciante procedería del precio abusivo que pagan los consumidores y, en definitiva, unos se enriquecerían porque otros se empobrecen. Muy al contrario, en todos los sistemas, y en el capitalismo más que en ningún otro, los factores de producción (capital y trabajo) y los rendimientos de ambos no son fijos ni estáticos, sino que se van creando y multiplicando gracias a la capacidad humana de descubrir permanentemente nuevos medios para generar riqueza. Por ello, la confluencia de dos o más agentes en cualquier operación (productiva, comercial, financiera o laboral) tiene normalmente resultados beneficiosos para todos los que en ella intervienen, y más riqueza se generará cuanta más competencia y libertad exista.

La segunda falacia es suponer que la división actual entre países ricos y pobres arranca o es heredera de la explotación colonialista que finalizó en los años sesenta o setenta, y que perdura bajo otras formas de explotación económica. Resulta sorprendente que, a pesar de los numerosos y concluyentes estudios que refutan el pretendido intercambio económico "desigual" de los países colonizados hacia sus metrópolis, se siga insistiendo en este error. Casi todos los estudios concluyen que la realidad ha sido precisamente la contraria: han sido los países imperialistas los perjudicados, mientras que las colonias se han visto económicamente favorecidas por su relación con las metrópolis. 

Rondo Cameron asegura que las razones del imperialismo económico son variadas y complejas, pero califica de falacias las esgrimidas por los marxistas que siguen tan en boga y que se centran en que las potencias recurrieron al imperialismo para invertir su capital excedente, vender su exceso de producción y esquilmar las materias primas, lo que condujo a un empobrecimiento de las colonias y al enriquecimiento de las metrópolis. Los análisis empíricos demuestran lo contrario. 

El atraso crónico de España se ha debido en gran parte a la intervención monopolista de la Corona que limitó el libre comercio de ultramar y nuestro país sólo es capaz de iniciar una relativa expansión industrial cuando se desprende de sus posesiones en el XIX. Y precisamente la colonia que más tiempo estuvo sometida, Cuba, llegó a tener una renta per capita muy superior a la de la metrópolis. Cuando en 1959 comienza la revolución, la renta per capita cubana era el doble que la española y hoy es de 1.540 dólares, menos de la décima parte que la nuestra. 

Las consecuencias económicas para Portugal de su imperio han sido igualmente nefastas, y este país ha tenido su mayor expansión a partir de mediados de los setenta, cuando se independizan sus colonias. Holanda inicia un espectacular desarrollo comercial cuando es colonia española y se retrasa económicamente al convertirse en el siglo XVIII en potencia colonial. En Inglaterra comienza la revolución industrial cuando precisamente se desprende de su colonia más rica, los Estados Unidos. Pero los casos mejor estudiados son lógicamente los acaecidos en la segunda mitad del siglo XX y muy especialmente los de Alemania, Italia y Japón, los países perdedores de la II Guerra Mundial y los más devastados por tanto, que consiguen a pesar de ello una recuperación económica mucho más intensa que los vencedores, Francia y el Reino Unido, gracias precisamente a que pierden sus colonias. El atraso relativo de Francia en los años cincuenta se explica igualmente por el lastre que le supuso mantener las colonias de Indochina y Argelia.

Centrados ya en las fuertes desigualdades que existen entre una regiones y otras del planeta, es necesario desmontar otra falsa opinión. No es cierto, como se suele decir, que las regiones más pobres hayan empeorado sus condiciones absolutas, aunque sí su pobreza relativa con relación al desarrollo medio mundial. Sin embargo, es verdad que en periodos coyunturales la situación económica de algunas zonas puede llegar a empeorar, como ha sucedido durante la década pasada en el Africa subsahariana y en Latinoamérica. Según el informe del Banco Mundial, durante los años noventa, que fueron especialmente negativos para estas regiones, el porcentaje de habitantes que viven en condiciones de extrema pobreza se ha mantenido prácticamente invariable, mientras que su número ha crecido pero en menor proporción a como lo ha hecho la población. Donde sí se ha producido un terrorífico retroceso es en la Europa del Este, donde la población que vive en condiciones de extrema pobreza ha pasado de 1,1 millones en 1987 a 24 en 1998. 

Ahora bien, si contemplamos periodos más largos, se puede apreciar una cierta mejora de las condiciones de vida, aunque insignificante en comparación a cómo se han desarrollado los países industrializados. En las zonas más empobrecidas de Africa la tasa de mortalidad infantil es en la actualidad de 150 por 1.000 nacimientos y la esperanza de vida se sitúa en 53 años, 25 menos que en las naciones opulentas pero el doble de la que existía en Europa hace 200 años. Este avance es real a lo largo de todo el siglo XX, pero posiblemente algo engañoso si contemplamos las últimas décadas, ya que la mejora se ha centrado sobre todo en la sanidad y, consecuentemente, en el aumento de la población, pero poco o nada en la renta disponible. De hecho, el informe del Banco Mundial asegura que en el Africa subsahariana el consumo por habitante ha caído un 1 por ciento anual durante las dos últimas décadas. 

En América Latina la mejora económica durante el siglo XX es más clara a pesar de numerosos altibajos. Según un reciente estudio realizado por la revista Time, que tiene el valor de calcular la renta en paridad de poder adquisitivo, a principios de siglo la renta media de toda Latinoamérica era aproximadamente el 15 por ciento de la de Estados Unidos y hoy representa el 18 por ciento. El atraso es todavía brutal y la convergencia ha sido mínima, pero teniendo presente el espectacular desarrollo norteamericano durante todo el siglo, posiblemente el más intenso del planeta, la mejora es evidente.

A grandes trazos, la historia económica del planeta durante los dos últimos siglos es que el capitalismo, y la consecuente eliminación de la pobreza hasta entonces crónica de la humanidad, comienza su andadura en la segunda mitad del siglo XVIII en Inglaterra gracias a la Revolución Industrial, y se va extendiendo rápidamente a los países del Norte, tanto los europeos como los americanos, durante el siguiente siglo. Los países europeos del Sur se suben mucho más tarde al tren de la industrialización; unos, como Italia, en la posguerra, y otros, como España y Portugal, ya en los años sesenta y setenta. Irlanda es un caso atípico de un país septentrional que consigue una tardía, aunque espectacular, expansión. Y también recientemente varios países asiáticos están alcanzando rentas por habitante cercanas a las de los países desarrollados, como Taiwan, Singapur, Malasia y Corea del Sur. Este último país era hace 30 años más pobre que Marruecos y hoy tiene una renta diez veces superior a la de esta nación norteafricana, y un nivel similar a Portugal.

El resto de las regiones del mundo se mantienen, por el contrario, con economías agrarias y con niveles de vida cercanos a la mera subsistencia, es decir, sólo algo mejor de como vivían todos los habitantes de la Tierra hace 200 o 300 años. Como muy gráficamente lo ha expresado Gabriel Tortella, "lo que ha ocurrido en el mundo durante los dos últimos siglos es algo parecido a una carrera donde unos corren mucho y otros muy poco". Por ello, la ventaja del grupo de cabeza sobre el resto es cada vez mayor, lo que en términos económicos se traduce en una creciente desigualdad. 

Paul Bairoch ha calculado la diferencia de rentas per capita a mediados del siglo XVIII y estima que la de Europa occidental era sólo un 30 por ciento superior a la de la China y la India, la misma desigualdad que existe ahora entre España y Bélgica. En un artículo publicado a principios del año pasado en el Financial Times, Martín Wolf asegura que, al comenzar el siglo XIX, la diferencia entre los países más ricos y más pobres del mundo era ya de tres a uno; en 1900, de diez a uno y, en la actualidad, la desigualdad de rentas llega a ser de 60 a uno. La renta per capita media de todo el planeta es ahora de unos 6.000 dólares medida en PPA, pero la abismal brecha aparece al comprobar que el país más rico disfruta de unos ingresos de 29.000 dólares por persona, mientras los habitantes del más pobre viven con 500. La desigualdad sería algo menor si la comparación se estableciera entre la región formada por los países más desarrollados y las zonas más empobrecidas, pero las diferencias de rentas serían también escandalosas y, lo que es más importante, crecientes.

La izquierda mesiánica asegura que la tremenda desigualdad económica entre regiones del planeta se debe a la explotación económica que los países ricos ejercen o han ejercido sobre los pobres. Pero esta supuesta teoría de la explotación cae con sólo aplicar el sentido común: los países más pobres no pueden ser explotados porque sencillamente se mantienen al margen de las relaciones económicas internacionales, y los que han establecido algún lazo, ya sea comercial o por entradas de capitales, se globalizan, en suma, mejoran. Es más, la situación de las antiguas colonias ha empeorado desde que dejaron de ser "explotadas" por las llamadas potencias imperialistas. 

La explosión demográfica en el África subsahariana ha supuesto que su población pasará de representar el 7 por ciento de la mundial en 1960 a más del 10 por ciento en la actualidad, y, a pesar de ello, el PIB de esta región es ahora el 1 por ciento de la economía mundial, la mitad que en 1960; el comercio exterior sólo representa el 1 por ciento, cuatro veces menos que hace 30 años, y las inversiones extranjeras se han reducido a la mitad. El resultado de todo ello es que la divergencia de África con los países desarrollados ha crecido fuertemente desde 1960, mientras que la de América Latina se ha estabilizado. El rosario de guerras interminables que desde los años sesenta asolan el continente africano, iniciadas muchas de ellas a raíz de la intervención "salvadora" de los países socialistas, no es ajeno a este deterioro económico. 

Ahora bien, si la supuesta explotación internacional no explica la desigualdad, sino que más bien ha producido, una vez más, el efecto contrario de lo que supone la izquierda, la pregunta es obligada: ¿por qué ha crecido tanto la desigualdad? La contestación resultará menos complicada si la pregunta se formula de otra manera: ¿por qué unos países han corrido tanto en la carrera del desarrollo y otros tan poco o prácticamente nada? 

Los historiadores económicos coinciden en señalar los requisitos necesarios para que un país inicie y avance por la senda del bienestar. Pero no se ponen de acuerdo a la hora de establecer el orden de los factores que son más determinantes para salir de la pobreza crónica. Unos destacan que es necesario realizar previamente, como hicieron los países del Norte de Europa en el siglo XVIII, una revolución agrícola que combine la producción cerealista y forrajera; otros se fijan en los recursos naturales y, especialmente, los energéticos, y ponen como ejemplo la importancia del carbón para la Revolución Industrial inglesa; los hay que consideran determinante el marco institucional y la existencia de un Estado de Derecho; algunos ven la educación y el capital humano como factores claves y también la iniciativa empresarial, sobre todo a la hora de aplicar los avances tecnológicos a los procesos productivos, pero todos coinciden en que la demografía es una variable determinante.

En efecto, el espectacular crecimiento de la población en los países subdesarrollados hace difícil romper el círculo vicioso de la pobreza. Lo más grave es que ha quedado roto el equilibrio "natural" entre desarrollo económico y demográfico. En las sociedades agrarias precapitalistas, la población crecía poco porque la alta tasa de natalidad se contrarrestaba con la también alta mortalidad, infantil sobre todo, y con las epidemias y hambrunas que periódicamente aparecían. La mejora del nivel de vida que trajo consigo la industrialización capitalista hizo que la mortalidad bajara drásticamente y creció consecuentemente la población. 

Sin embargo, la explosión demográfica europea del siglo XIX alcanzó como mucho el 1 por ciento de crecimiento anual, mientras que los PIB de las economías más dinámicas, como las del Reino Unido y Alemania, aumentaban entre el 2 y el 3 por ciento de media anual. Es decir, población y economía guardaban un equilibrio, o, dicho de otra manera, la riqueza crecía lo suficiente para mejorar la vida de casi todos los habitantes y para soportar un crecimiento sin precedentes de la población. Incluso las sociedades agrarias precapitalistas mantenían, aunque de forma brutal, un cierto equilibrio: apenas aumentaba la población porque la falta de alimentos y de asistencia sanitaria provocaba un gran número de muertos.

Nada de esto sucede en las sociedades agrarias que todavía perduran, es decir, en las regiones más empobrecidas. La población africana crece al 4 por ciento desde el año 1960, lo que ha multiplicado casi por tres el número de habitantes en estos 40 años (la población europea "sólo" se dobló en todo el siglo XIX), mientras que su economía está desde entonces prácticamente estancada. Aunque sea duro reconocerlo, la intervención humanitaria externa es la "culpable" de que población y economía ya no acoplen sus ritmos. La labor de los organismos internacionales y de las ONG’s ha resultado relativamente eficaz en la mejora de la sanidad (vacunaciones masivas para erradicar las enfermedades infecciosas y parasitarias, y ello a pesar del efecto devastador del SIDA) y, en consecuencia, la mortalidad ha bajado (la de África es ahora la mitad que la europea a principios del siglo XIX). Sin embargo, no es posible exportar el desarrollo económico.

A pesar de las dificultades, la historia económica de estos dos siglos demuestra que existe una clara y directa relación entre libertad económica, desarrollo y convergencia. Por ello, sólo la extensión de los principios de libertad de mercados a las regiones del mundo empobrecidas puede sacarlas de su situación, igual que sucedió anteriormente en las zonas ahora enriquecidas. La experiencia enseña también que es posible abandonar el pelotón de rezagados y unirse a los que van en cabeza, como recientemente han hecho algunos países del Sudeste asiático e Irlanda. La apertura comercial, la libertad de movimientos de capital, incluidas las inversiones directas (deslocalización de empresas), y los flujos migratorios de mano de obra, la globalización en una palabra, es el único camino posible y ya ensayado por los países que han conseguido salir de la pobreza. 

Pero la historia del capitalismo demuestra también que, si se pretende trasladar los estándares laborales y sociales vigentes en los países industrializados a los menos desarrollados (trabas, por ejemplo, al dumping social o al trabajo infantil), se impide a éstos aprovechar sus ventajas comparativas en bajos salarios o en menores niveles de protección social. Las mejoras en estos campos deberán ser paulatinas y paralelas al desarrollo económico. En esta carrera no existen atajos y el país que intenta tomar uno vuelve al pelotón de cola. Para que la pobreza no permanezca más, se necesita, en pocas palabras, un capitalismo tan puro y duro como el que originó la riqueza.
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