A pesar de la crisis financiera, la inversión en bolsa española desde el año 2000 consigue batir a la inflación e incluso aportar un plus de rentabilidad si se tiene en cuenta la remuneración al accionista.
Una de las creencias comunmente aceptadas en el mundo de la inversión es que la apuesta por la renta variable siempre es rentable en el largo plazo. Pero con el advenimiento de la crisis financiera en julio de 2007 y el posterior desplome de las bolsas, el mito se ha caído para muchos inversores. Las bajadas han sido tan pronunciadas que han barrido de un plumazo las rentabilidades obtenidas en diez años. Se habla así de la década perdida de la renta variable.
Si se tiene en cuenta la cotización de los índices desde diciembre de 2000, las pérdidas a día de hoy se sitúan, en la mayor parte de los casos, en doble dígito. El Ibex 35 se deja un 15,3%. El CAC francés, un 54,1% y el EuroStoxx 50, un 58,9%. El S&P estadounidense logra frenar la caída hasta el 14,4%, mientras que el Nikkei japonés se desploma hasta el 37,9%. Sin embargo, a pesar de lo abrumadoras que son las cifras, el panorama no ha sido tan negro si se tienen en cuenta los dividendos repartidos por las compañías.
Reinvertir o no reinvertir
Cuando una compañía reparte dividendos, el inversor tiene dos opciones. Una de ellas es reinvertirlos en la propia compañía. Esta estrategia, característica de los fondos de inversión, resulta rentable cuando las acciones suben, ya que al haber utilizado los dividendos cobrados para comprar aún más acciones, los beneficios finales son aún mayores. Así, en un año alcista como fue 2009, el Ibex se anotó un 29,8%, mientras que si se tiene en cuenta la reinversión de dividendos, subía un 37,8%. En cambio, en un mercado bajista como el que se dio en 2010, el selectivo español se dejó un 17,4%. Con dividendos la caída se modera hasta el 12,9%.
La segunda opción es reservar los dividendos para otros usos o como colchón de liquidez. En este caso, la remuneración percibida puede compensar las posibles pérdidas en las que incurra el inversor cuando la tendencia del mercado sea bajista.
En el caso del parqué español, los dividendos repartidos por las compañías han resultado clave para atenuar las pérdidas de los accionistas. De hecho, si se analiza la evolución de los valores del Índice General de la Bolsa de Madrid desde diciembre del año 2000, el cobro de dividendos no sólo compensa las caídas en las cotizaciones desde esa fecha, sino que permiten obtener rentabilidades positivas, según cálculos facilitados por BME.
De este modo, una inversión de 10.000 euros en acciones del Mercado Continuo (siguiendo los mismos pesos que otorga el Índice General a cada compañía) que hubiera sido realizada a cierre de 2000, habría caído un 4,53% hasta el 15 de septiembre de este año. La inversión inicial se habría reducido, por tanto, hasta los 9.547 euros. Por otro lado, el inversor habría cobrado hasta 4.851 euros en concepto de dividendos en ese periodo, lo que supone una rentabilidad del 48,5% respecto a la inversión inicial.
Si el inversor hubiera mantenido estos dividendos aparte (sin reinvertirlos), la rentabilidad final de la inversión, teniendo en cuenta el impacto negativo de las caídas de las bolsas y el efecto positivo de los dividendos, habría sido del 43,9%. En otras palabras, sus 10.000 euros se habrían convertido en 14.398, lo que supone una rentabilidad anualizada del 3,47%.
De este modo, y apesar de la mala racha bursátil, la inversión en renta variable habría conseguido alcanzar la meta básica para cualquier inversor: batir a la inflación. Según cálculos de BME, el efecto que supuso el alza de los precios en ese periodo se habría llevado por delante el 35,04% del patrimonio acumulado en esas fechas. Pero como la rentabilidad de la bolsa española, dividendos incluidos, fue del 43,9%, el accionista sigue obteniendo un retorno positivo para su inversión (ver ilustración).
Si se descuenta, por tanto, el efecto inflacionista, los 10.000 euros invertidos se habrían convertido en 10.894, lo que supone una rentabilidad del 8,94% (del 0,8% en términos anualizados).
Cara a cara con los bonos
Teniendo en cuenta los dividendos, la rentabilidad de la bolsa española en la última década no se sitúa muy lejana a la de los activos sin riesgo. El interés que ofrecían las obligaciones del Estado a 10 años en diciembre de 2000 era del 5,24% anual. Si se extienden las características de este bono a un periodo de 10,7 años (que es el tiempo que ha transcurrido desde entonces), la rentabilidad sería del 55,02% (4,18% anualizado). Descontando el efecto de la inflación, el 19,98%. En consecuencia, un inversor que hubiera dedicado 10.000 euros a la inversión en deuda pública española, tendría hoy 11.998 euros, una vez descontado el efecto de la subida de precios.
La diferencia de rentabilidad entre ambos activos en términos anualizados no es muy grande. Un inversor que hubiera apostado por la renta variable española en 2000, habría obtenido un retorno neto del 0,8% en términos anualizados, mientras que el inversor en deuda pública habría conseguido menos de un punto porcentual más (el 1,72%), anualmente.
Esta simulación permite hacerse una idea del importante papel que juegan los dividendos a la hora de contribuir a la rentabilidad de la bolsa en el largo plazo. Sin embargo, hay que tener en cuenta varios factores que inciden en que esa rentabilidad llegue finalmente al bolsillo del accionista. Por un lado, el hecho de no reinvertir los dividendos en acciones no implica que el inversor los deposite en una cuenta como colchón de cara a futuras caídas (podría haberlos gastado o dedicado a otro tipo de activos).
Por otro lado, el supuesto parte de la base de que el inversor ha tenido la paciencia de aguantar el chaparrón a través de la tormenta bursátil. Un escenario que no resulta muy probable, teniendo en cuenta que muchos inversores se dejan llevar por el pánico y tienden a vender cuando las acciones se encuentran en plena caída.
No obstante, y dejando estos factores a un lado, lo cierto es que la apuesta bursátil en la última década no tiene por qué arrojar resultados negativos. “A largo plazo, la inversión en renta variable (con dividendos incluidos de una u otra manera) es prácticamente siempre positiva y superior a otras inversiones financieras similares”, afirma Javier Garrido, subdirector del Servicio de Estudios de BME.
La bolsa también resulta un activo atractivo si se tienen en cuenta otros periodos históricos y no sólo la última década. En Bolsas y Mercados han llevado a cabo un análisis en el que comparan la inversión en renta variable con la inversión en deuda a largo y corto plazo desde 1980 hasta 2010 utilizando datos mensuales. Según este análisis, en los 241 períodos de 11,7 años (que son los años transcurridos desde el año 2000 hasta ahora) contenidos en ese plazo, la rentabilidad de la bolsa es positiva en todos los casos, con un promedio de un 15,75% anual (frente a un promedio del 11,76% de la deuda a largo plazo). La rentabilidad máxima fue del 25,14% y la mínima, del 3,36%. Este análisis, que supone la reinversión de dividendos y de cupones, concluye que en el 87% de los casos (210 períodos de 11,7 años) la rentabilidad de la bolsa es mejor que la de la deuda a largo plazo.
Beneficio de las compañías
La afirmación de que la renta variable es rentable en el largo plazo no sólo se apoya en los resultados históricos. En teoría, las bolsas tienden a reflejar el crecimiento de los beneficios de las compañías y si se coge un periodo temporal lo suficientemente largo, se consigue desligar el efecto negativo que puede suponer el ciclo económico sobre estas empresas. Lo difícil es determinar cómo de largo tiene que ser el periodo de espera. ¿Es una década tiempo suficiente? Según algunos expertos, para garantizar resultados positivos, habría que esperar algo más.
En Atlas Capital han analizado la evolución de la bolsa americana desde la Gran Depresión y afirman que en periodos de 13 a 15 años, la renta variable es el activo más rentable. “El problema es que mucha gente no está dispuesta a esperar tanto. Prefieren plazos de 5 a 8 años”, comenta Belén Alarcón, directora de la EAFI de Abante. Según la experta, desde 1929 hasta 2008, el crecimiento del índice S&P se corresponde con el de los beneficios de las empresas. Un crecimiento que, en un ciclo económico completo, se situaría en el 6%.
Esto demuestra que “en el largo plazo, la teoría se cumple, pero en el corto, hay irracionalidades”. Como demostró la caída de los mercados tras la tormenta subprime, la volatilidad puede llegar a ser extrema e influir decisivamente en la conducta psicológica del inversor.
Por tanto, la clave está en mantener la inversión sin ceder al pánico y en elegir, en la medida de lo posible, el mejor momento para posicionarse en bolsa. Según Alarcón, si se cumple con esas dos condiciones, la rentabilidad que cabe esperar se sitúa entre el 8% y el 10%.
Una forma de evaluar si el momento actual es propicio para la inversión es analizar el PER histórico de las bolsas. La experta señala que el PER histórico medio de la bolsa americana se sitúa en 16 veces. Actualmente se encuentra en 12,3 veces (y el Ibex ronda las 6,6 veces). “Ahora mismo el mercado está barato a 5 o 7 años vista”, concluye la experta.
Los que teman no tener la puntería suficiente para acertar con el momento de mercado tienen otra opción a su alcance, que es introducir pequeñas cantidades periódicamente. De este modo, se consigue neutralizar los vaivenes bursátiles en el largo plazo, ya que el inversor habría comprado tanto cuando el mercado estaba caro como cuando estaba barato.
Mirando a emergentes
El problema de elegir el mejor momento para posicionarse en bolsa es que pueden pasar años hasta que llegue de nuevo una situación idónea para invertir. Pero en este aspecto, el inversor cuenta con otro as en la manga: la diversificación geográfica.
Aunque las bolsas de las economías desarrolladas han vivido desplomes de doble dígito en la última década, los mercados emergentes consiguen pasar la prueba con nota. Con datos de Fidelity para el periodo 2000-2010, la bolsa rusa ha crecido un 567%, la mexicana, un 381% y la brasileña un 304%. “Nosotros lo llamamos un mundo a dos velocidades”, explica Antonio Salido, responsable de Márketing de la gestora en España.
La inversión en emergentes aportaría así crecimiento a la cartera, mientras que la apuesta por los desarrollados, y particularmente por las compañías con mayor rentabilidad por dividendo, proporcionaría un plus de estabilidad.