Un estudio hecho en los países nórdicos , demostró que las personas que invierten en bolsa no son los que más dinero tienen, sino lo más inteligentes.

"Por extraño y paradójico que le parezca: La renta variable es el activo-a largo plazo-más rentable y menos arriesgado".Francisco García Paramés

La clave en el mundo de las inversiones está en la PACIENCIA, como decía un inversor value "Más vale hacerse rico despacio que pobre rápidamente" .

Todo llega para quien sabe esperar.Nunca te des por vencido, las grandes cosas llevan tiempo.

‎ "Yo me fío más de cómo maneja la economía una familia que se juega el pan o un empresario, que se juega la ruina, que un grupo de señores que, cuando quiebran un país, se van a su casa, reciben seis cargos públicos o privados y se dedican a dar discursos."Daniel Lacalle

Los seres humanos observan que hoy en día las carreteras, los hospitales, las escuelas, el orden público, etc. etc., son proporcionados en gran (sino en exclusiva) medida por el estado, y como son muy necesarios, concluyen sin más análisis que el estado es también imprescindible. No se dan cuenta de que los recursos citados pueden producirse con mucha más calidad y de forma más eficiente, barata, y conforme con las cambiantes y variadas necesidades de cada persona, a travésdel orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial y la propiedad privada.Jesús Huerta de Soto

Comprar cuando la bolsa baja y vender cuando sube es difícil porque va en contra de la naturaleza humana: en los últimos 3.000 años, cuando el vecino de al lado salía corriendo o gritaba "fuego", ha resultado rentable salir corriendo también. De ahí que cuando la bolsa sube nos dan ganas de comprar, y cuando baja nos dan ganas de vender, por una simple cuestión de biología.

¿Pero es que no os dais cuenta que todas las injusticias y toda la corrupción proviene de lo "publico"?‏



lunes, 31 de enero de 2011

Nuevo éxito empresarial en España: brico-box

Brico-box es una empresa de autoservicio y aprendizaje de mecánica. Ellos ponen el local, las herramientas y el asesoramiento y tu no sólo aprender a cambiar ruedas, aceite, pastillas de freno sino que reduces considerablemente el coste .

Ha sido creado por un grupo de empleados de la construcción que se quedaron en paro, pero el ingenio y la perspicacia empresarial ( es la innata capacidad del ser humano: La Función empresarial y lo que nos distingue de los animales) han llevado a este grupo de jóvenes emprendedores de ser parados a ser empresarios y descubrir una forma de ganarse la vida ( es una maravilla como el capitalismo genera riqueza si se le deja, pues reduce gastos a los consumidores en un constante innovación empresarial por ofrecer cada vez cosas a menor coste).
A este respecto en la medida que la regulación laboral sea más flexible, los impuestos sean más bajos y la burocracia para crear una empresa más rápida y menos costosa la economía española sería mucho más dinámica y habría menos parados ( en este aspecto resulta curioso pero el paro es consecuencia de la intervención de los sindicatos y los gobiernos en el mercado laboral).
web del local : http://brico-box.com/
saludos

sábado, 29 de enero de 2011

¿Pueden ganar todos en la bolsa?


Juan Ramón Rallo

&quote&quoteSólo si pensáramos, como ya hiciera Tertuliano en el siglo III o el Club de Roma hace 50 años, que ya hemos alcanzado los límites de nuestro desarrollo económico, podríamos afirmar con coherencia que no todos los inversores pueden ganar en bolsa.

Siguiendo con nuestra reciente discusión acerca de la viabilidad del mercado de valores como un instrumento de inversión a largo plazo, otra de las objeciones que suele aparecer sobre la mesa es: "no todos pueden ganar en bolsa", "si alguien gana es porque le ha comprado barato o le ha vendido caro a otro y, por tanto, ese otro estará perdiendo". El temor es un trasunto de la extendida visión mercantilista de que la economía es un juego de suma cero. Mas, tras tres siglos, ya debería ser evidente que merced al crecimiento económico todos los miembros de una sociedad pueden salir ganando. ¿Por qué motivo entonces no se entiende que en la bolsa todos los inversores puedan salir también ganando?
Probablemente, el motivo de la incomprensión surja de desconocer la exacta naturaleza de las acciones bursátiles. Una acción no es más que una parte del derecho de propiedad de una empresa: aquel que compre todas las acciones, se convertirá en el dueño único de la compañía; quien adquiera un 10%, tendrá derecho a quedarse con el 10% de los activos de la empresa y con el 10% de sus beneficios futuros; y lo mismo con quien posea el 0,00001% (otro asunto son los distintos controles de cada cual sobre la dirección).
La explicación podría parecer trivial pero no lo es: quien compra una acción compra parte de un negocio; de sus propiedades y de su producción futura. O por decirlo de otro modo, quien compra una acción no está comprando un ticket de lotería o una entrada a un casino... cuestión distinta es que la utilice como tal (todo objeto es susceptible de emplearse de manera especulativa). En los juegos de azar, en efecto, no todo el mundo puede salir ganando, pues son juegos que no generan riqueza y cuyo único propósito es redistribuir el dinero de sus partícipes.
En el mercado de valores, sin embargo, las cosas funcionan de otro modo. Los accionistas con mentalidad largoplacista no entran a la bolsa para redistribuir una riqueza ya existente, sino para apropiarse de la riqueza futura que las compañías generarán. Los beneficios continuados de una empresa –que no son más que la expresión monetaria de estar fabricando unos bienes o servicios más valiosos que lo que cuesta producirlos– o bien enriquecen directamente al accionista (vía dividendos) o bien lo enriquecen indirectamente al incrementar el patrimonio neto de la empresa de la que él es propietario (reinversión, recompra de acciones, amortización de deuda...).
¿Pueden todas las empresas crecer a largo plazo? Indudablemente sí, por pura Ley de Say: la producción compra producción; los incrementos de la oferta de iPads –y las rentas de ahí derivadas– constituyen la demanda para absorber los incrementos de oferta de, por ejemplo, carbón chino.
¿Van todas las empresas a crecer a largo plazo? Muy probablemente no, porque el ser humano es falible y comete errores de inversión –muchas veces, inducidos políticamente–, pero las equivocaciones de una empresa constituyen las oportunidades de ganancia de otra. Por eso, invertir en una acción concreta –en una empresa concreta– sin demasiados conocimientos sobre el tema puede ser muy arriesgado y puede dar lugar a que otros se lucren a nuestra costa. Sin embargo, invertir periódicamente en una selección de las mejores acciones de un país (en un índice bursátil como el Dow Jones o el Standard and Poor’s) asegura que las pérdidas de unas sean compensadas por los beneficios extraordinarios de otras a lo largo del tiempo. Ya lo he dicho más veces: la media histórica después de inflación de la bolsa estadounidense se sitúe en torno al 7%... aun cuando en los últimos 200 años decenas de miles de empresas estadounidenses hayan quebrado.
Si en estos últimos 200 años más gente hubiese ahorrado y hubiese metido más dinero en bolsa no es que ese 7% de rentabilidad se hubiese repartido entre más cabezas, sino que toda la economía estadounidense se hubiese capitalizado todavía más, las empresas producirían más bienes y servicios y un mayor número de accionistas serían más ricos. Nunca olvidemos que, al contrario de lo que sostienen las supercherías keynesianas, el ahorro es el motor de la inversión y de la acumulación de capital.
A largo plazo, pues, sí es posible que todos ganen en bolsa por análogas razones a las que sí resulta posible que todo el mundo mejore sus estándares de vida en una economía de mercado. Sólo si pensáramos, como ya hiciera Tertuliano en el siglo III o el Club de Roma hace 50 años, que ya hemos alcanzado los límites de nuestro desarrollo económico, podríamos afirmar con coherencia que no todos los inversores pueden ganar a largo plazo en bolsa. Pero esa, afortunadamente, es una hipótesis muy poco verosímil que, por cierto, todavía haría más inviable un sistema público de pensiones.
Y llegados a este punto, si me lo permiten otro día les hablo del supuesto "riesgo" de la bolsa y de por qué los fondos de pensiones suelen ser un pésimo instrumento de inversión en España.
Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Marianaprofesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y de ISEAD y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010.

La bolsa y el patrón oro


Juan Ramón Rallo

&quote&quoteNo es la expansión crediticia lo que mueve el mercado bursátil a largo plazo, sino la fuerza que hay detrás de todo el desarrollo de las economías capitalistas: el ahorro dirigido hacia inversiones empresarialmente inteligentes.

Me inquiere un lector en mi último artículo que resulta inconsistente defender las pensiones privadas de capitalización y al tiempo el patrón oro. La lógica reza del siguiente modo: la bolsa sólo ha subido en los últimos tiempos debido a la expansión crediticia perpetrada por la Reserva Federal, por tanto si limitáramos esa expansión crediticia merced al oro, el precio de las acciones no podría subir. Es más, apostilla mi comentarista, la bolsa es un juego de suma cero: nada le garantiza al ingenuo inversor que no se encontrará del lado de los perdedores.
Admito que el razonamiento de que el precio de las acciones no puede aumentar si congelamos la cantidad de dinero en una economía resulta bastante intuitivo: si nuestros medios de pago no aumentan, es imposible que las cotizaciones bursátiles se revaloricen. Es un debate interesante pero demasiado amplio y complejo como para que entre en él en una columna. Baste indicar a este respecto que la inmensa mayoría de las transacciones en bolsa no se pagan con dinero, sino mediante nuestro saldo acreedor contra un bróker; dicho de otro modo, si el precio de nuestras acciones aumenta, nuestra capacidad para comprar otras acciones también aumenta: por lo general, y salvo que metamos nuevo dinero en la bolsa, no adquirimos las acciones con dinero sino con las resultas de la venta de otras acciones (rotamos la cartera). Cuestión distinta, eso sí, es que todo el mundo quisiera vender al mismo tiempo sus acciones, en cuyo caso asistiríamos a una masiva liquidación de títulos y a un hundimiento de las cotizaciones bursátiles, tal como sucedió en 2008 y comienzos de 2009.
Pero para defender la capitalización bursátil como el mejor medio para amasar un amplio patrimonio y alcanzar la independencia financiera no es necesario que el precio de las acciones aumente de continuo. El rendimiento de una acción proviene de dos fuentes: su revalorización y sus dividendos. Podemos asumir que la primera no puede darse con el patrón oro, pero desde luego sí podrá tener lugar la segunda.
Basta acudir a los datos históricos. Según recoge Jeremy Siegel en Stocks for the Long Run (Acciones para el largo plazo), entre 1802 y 1870, en pleno patrón oro (y plata), sin la malvada Reserva Federal haciendo de las suyas y con una envidiable estabilidad de precios, las acciones apenas se revalorizaron una media del 0,1% anual... pero al tiempo el rendimiento medio anual por dividendo alcanzó el 6,4%. Por ponerle números: 100 dólares invertidos en 1802 serían 7.270 dólares en 1870, y todo ello conservando el poder adquisitivo.
Lo curioso es que el mercado bursátil estadounidense ha ofrecido un rendimiento total muy similar durante todos los años siguientes: entre 1871 y 1925 la revaloración media anual (descontando la inflación) fue del 1,3% y la rentabilidad por dividendos del 5,2% y entre 1926 y 2006 la revalorización fue del 2,7% y la rentabilidad por dividendos del 4%. Así pues, la bolsa estadounidense ha proporcionado un rendimiento medio anual después de inflación de aproximadamente el 6,6% entre 1802 y 2006. O dicho de otro modo, 100 dólares invertidos en 1802 se habrían transformado en 46 millones en 2006 (corregidos por inflación, esto es, 46 millones de dólares de 1802) o en más de 1.000 millones (si no los corregimos por inflación).
Pero, ¿cómo es posible que cobrando dividendos y reinvirtiéndolos en bolsa amasemos un patrimonio si la cantidad de dinero no aumenta? Pongámonos en el caso más extremo de una economía con la cantidad de dinero congelada por completo (esquema que, por cierto, no defiendo): en tal caso, conforme la economía fuera volviéndose más productiva, los precios de todos los bienes irían reduciéndose. Las compañías ingresarían menos –sus productos cada vez se venderían más baratos– pero asimismo verían reducir sus costes –las materias primas, los salarios o los bienes de capital que necesitan para producir también se abaratarían–. Dicho otro modo, aun cuando los beneficios, los sueldos y otras rentas se redujeran, su poder adquisitivo se incrementaría (podrían comprar más bienes que antes). Por tanto, el precio de las acciones podría incluso llegar a reducirse año a año, pero los dividendos que abonarían las compañías sobradamente excederían la minusvalía y permitirían componer un rendimiento anual cercano a la media histórica del 6,6% real.
Si los árboles monetarios no nos permiten ver el bosque económico, basta con plantearnos qué sucedería si cada año invirtiéramos un 10% de nuestra renta en producir o adquirir bienes de capital que producen bienes de consumo. Parece claro que conforme acumuláramos más y más bienes de capital –conforme amasáramos un patrimonio mayor– nuestra renta futura –en forma de bienes de consumo– crecería exponencialmente (sobre todo si reinvirtiéramos parte de los bienes de consumo producidos en fabricar nuevos bienes de capital). Lo cual, por cierto, no sucedería si ese 10% de la renta que ahorramos la guardáramos debajo del colchón de cara a la jubilación.
No es, pues, la expansión crediticia de la Reserva Federal lo que mueve los fundamentos del mercado bursátil a largo plazo, sino la fuerza que hay detrás de todo el desarrollo de las economías capitalistas: el ahorro dirigido hacia inversiones empresarialmente inteligentes. Y otro día, si les parece, hablamos del riesgo de invertir en bolsa y de si las ganancias de Fulanito se compensan con las pérdidas de Menganito.
Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Marianaprofesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y de ISEAD y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010.

jueves, 27 de enero de 2011

Los frutos podridos de las pensiones públicas



Juan Ramón Rallo

&quote&quoteEl resultado de los sistemas públicos de reparto es trabajar más y cobrar menos; el socialismo en su más clara expresión. El resultado de los sistemas privados de capitalización, trabajar menos y cobrar más; el capitalismo en su más clara expresión.

Los habrá que, tras la enésima suspensión de pagos del sistema público de pensiones –que no otra cosa significa esta quita impuesta por el Gobierno a los acreedores de la Seguridad Social, es decir, a todos nosotros–, todavía sigan diciendo que lo público funciona mejor que lo privado y que el altruista principio de solidaridad intergeneracional es preferible al egoísta principio de capitalización individual.
No voy a extenderme en repetir todos los argumentos que muestran a las claras la indiscutible superioridad de las pensiones privadas sobre las públicas. Simplemente daré unas cifras muy fáciles de entender: tras la reforma, una persona que durante 38,5 años aporte al sistema público una cotización media de 6.000 euros al año (la implícita en un sueldo medio de 21.000 euros) percibirá al jubilarse una pensión aproximada de 1.750 euros al mes. En cambio, en un sistema privado, esa misma persona, logrando una rentabilidad anual media después de inflación del 4%, percibiría una pensión de 1.800 euros al mes... y habría amasado un patrimonio de 560.000 euros.
¿Acaso, pensarán, un 4% de revalorización anual de nuestro patrimonio constituye un objetivo inalcanzable? No debería: el mercado de valores, por mero piloto automático,se ha revalorizado como media en los últimos 200 años un 7% después de la inflación; y los fondos de pensiones chilenos, bien gestionados a diferencia de la inmensa mayoría de los españoles, han logrado una rentabilidad media anual del 9% durante los últimos 30 años.
¿Que como viviría una persona habiendo invertido 6.000 euros –la cotización media a la Seguridad Social– durante 38,5 años al 7%? Pues con pensiones de 4.000 euros al mes y un patrimonio de 1,2 millones de euros. No es necesario que hagamos un ejercicio especulativo: el 7% es lo que habría logrado cualquier persona de invertir el equivalente a 6.000 euros al año en cualquier índice de la bolsa española desde 1974.
Parafraseando a Marx con respecto a la tasa de plusvalía –a ver si de este modo la izquierda retrógrada lo entiende–, esos 1,2 millones de euros "expresan el grado de explotación de los trabajadores por el sistema público de la Seguridad Social". Hoy, conviene recordarlo una vez más: el resultado de los sistemas públicos de reparto es trabajar más y cobrar menos; el socialismo en su más clara expresión. El resultado de los sistemas privados de capitalización, trabajar menos y cobrar más; el capitalismo en su más clara expresión. ¿Comprenden ahora por qué los políticos españoles no permiten, como en Chile, que cada uno elija el sistema que prefiera?
Juan Ramón Rallo es jefe de opinión de Libertad Digital, director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Marianaprofesor de economía en la Universidad Rey Juan Carlos y de ISEAD y autor de la bitácora Todo un Hombre de Estado. Ha escrito, junto con Carlos Rodríguez Braun, el libro Una crisis y cinco errores, galardonado con el Premio Libre Empresa 2010.

viernes, 21 de enero de 2011

Cómo invierte el mejor fondo español de las últimas décadas


Inversión en valor y análisis con las herramientas de la Escuela Austriaca de economía: éstas son las claves del mejor fondo español de la última década.

LIBERTAD DIGITAL
Existe una compañía de inversión española que ha sido capaz de colocar todos sus fondos en el primer decil en cuanto a rentabilidad. También ha logrado que estos fondos reporten dinero a sus clientes a uno, tres, cinco y diez años (salvo en dos casos muy particulares). Además, ha logrado que sus tres gestores encabecen la lista queCitywire hace entre los profesionales de los países europeos, según informa la web especializada Funds People. Esta compañía es Bestinver, la sociedad inversora de Acciona, que dirige desde hace más de dos décadasFrancisco García Paramés, uno de los gestores españoles más reconocidos y al que una periodista de la CNBC definió hace unos meses como el Warren Buffet europeo.
Lo cierto es que las rentabilidades que alcanzan año tras año los fondos de Bestinver no dejan de sorprender. Según la información de Funds, "todos sus fondos se sitúan en el primer decil (entre el 10% más rentable) de sus respectivas categorías y ofrecen revalorizaciones positivas a uno, tres, cinco y diez años salvo en dos casos".
Por cierto, que en estos dos supuestos tan especiales los dos fondos con pérdidas a tres años también están en el primer decil de su categoría (por lo tanto, han caído algo en los últimos tres años, pero mucho menos que su competencia). Por poner un ejemplo, Bestinfond (quizás su producto bandera) acumula una rentabilidad del 314% en la última década, incluso aunque estos diez años no han sido precisamente los mejores de las bolsas europeas
No sólo sus Fondos de Inversión llevan muchos años batiendo de forma consistente al mercado, sino que también sus Fondos de Pensiones han logrado superar las rentabilidades medias de sus competidores con muchísima diferencia.
Con estos datos sobre la mesa, no es extraño que en el rating que Citywire hace sobre los mejores gestores españoles los tres principales profesionales de Bestinver ocupen los tres primeros puestosFrancisco García Paramés, Álvaro Guzmán de Lázaro y Fernando Bernad se han situado por encima de todos sus colegas en una clasificación que analiza a los gestores en función de la rentabilidad de los fondos gestionados en los últimos tres años.
Con esta fotografía, muchos quizás se pregunten cuál es el secreto de Bestinver para invertir así de bien el dinero de sus clientes. Y la respuesta es que no hay secreto, al menos si se hace caso a su página web, en la que se detalla la filosofía del grupo que podría resumirse en tres palabras: "inversión en valor" (value investing).
Esta estrategia se dirige a invertir a "largo plazo, en negocios comprensibles, dirigidos por gente honesta y competente, y que estén disponibles a precios atractivos". Podría decirse que lo que hace Bestinver es analizar cuánto vale una compañía (en función de sus activos, la salud de sus balances, sus perspectivas y la capacidad de sus dirigentes) y lo compara con lo que cuesta en el mercado (es decir, su cotización en bolsa). Y si creen que la primera cifra es más alta que la segunda, invierten su dinero, sin preocuparse de las fluctuaciones a corto plazo. Su objetivo es la "máxima rentabilidad a largo plazo".
En su web aseguran que es "imprescindible distinguir entre cotización y valor económico de una empresa". La evolución en el corto plazo de la primera es imprevisible, mientras que a largo plazo, la cotización tiende "a reflejar el valor económico" de las compañías.
En este sentido, su objetivo no es atraer a los clientes que buscan mover constantemente su dinero o que buscan la rentabilidad a unos meses, sino a aquellas personas que quieren invertir de forma segura y rentable a largo plazo y aprovecharse de los beneficios de la capitalización.
De hecho, este tipo de instrumentos de inversión es muy recomendado por los analistas como plan de pensiones alternativo (es decir, invertir en bolsa de forma periódica y aprovecharse de las ventajas del interés compuesto, como recomienda Juan Ramón Rallo con este conocido cuento del barbero Roy Miller).
Con esta filosofía, buenos conocimientos de economía (son seguidores confesos de la Escuela Austriaca) y una línea coherente a lo largo de los años, Bestinver ha logrado ser la compañía inversora española de más éxito. Los premios de Citywire no son una excepción, sino que vienen a unirse a muchos otros recibidos en el pasado.

jueves, 20 de enero de 2011

¿Qué quiere ser, trabajador o capitalista?

'EL CUADRANTE DEL FLUJO DE DINERO'

¿Qué quiere ser, trabajador o capitalista?

Por Juan Ramón Rallo

Uno de los argumentos preferidos de la izquierda para nacionalizar la escuela y tomar el control de los planes de estudio es el de la promoción de la igualdad de oportunidades. En principio, si el hijo de una familia pobre es más inteligente y trabajador que de una familia rica, el sistema público de enseñanza le permitirá obtener un buen trabajo bien remunerado, hipotecarse para adquirir una mansión y disfrutar de todos los lujos de que disfruta la clase más acaudalada.
Al margen de los enormes y variopintos problemas que subyacen a este razonamiento –problemas que tienen que ver con la mediocridad del currículo de la escuela pública, o con el error de confundir salario alto con riqueza, por citar dos ejemplos–, la principal crítica que se me ocurre es que la educación financiera, lo más importante para poder llegar a amasar un patrimonio sustancial, se encuentra del todo ausente de nuestros sistemas de enseñanza. Por lo general, los ricos, que saben por experiencia cómo relacionarse con el dinero, son los únicos que transmiten esas lecciones fundamentales a su descendencia, así que el espejismo redistribucionista de la igualdad de oportunidades ni está ni se le espera.
En fin, que tras dejarnos un riñón y parte del otro costeando con nuestros impuestos la ineficiente y onerosísima educación pública, resulta que debemos de ser nosotros, a nuestra muy autodidacta manera, los que nos procuremos formación en lo relacionado con las finanzas personales. Peor que mejor, el Estado se encarga de formar –con cargo a los contribuyentes, claro– ingenieros, arquitectos, filósofos, historiadores y abogados, pero se olvida de proporcionar a la gente –incluyendo a quienes estudian para ser ingenieros, arquitectos, filósofos, historiadores o abogados– las nociones que precisan para ser financieramente independientes, esto es, para que acumulen un capital que les permita vivir de las rentas en vez de trabajar durante toda su vida 40 horas semanales –por lo menos– para apenas hacer frente a los pagos mensuales de sus deudas.
Libros de educación financiera los hay a decenas, y en los próximos meses iremos dando cuenta de varios de ellos. Pero algunos de los mejores forman parte de la serie de publicaciones Padre Rico, dirigida por Robert Kiyosaki. En otra ocasión ya les hablé de su muy interesante Padre Rico, padre pobre, que escribió a finales de los 90. Desde entonces, el éxito editorial ha sonreído merecidamente a este autor, que ha publicado una decena de libros más, en los que reitera sus consejos más importantes y desarrolla muchos de ellos.
A Kiyosaki le preocupa el modo de vida americano –y occidental– consistente en dedicarse a estudiar durante muchos años para obtener un título universitario que allane el camino hacia un gran salario, que a su vez abra las puertas a un endeudamiento incontrolable con el que sufragar al momento todos los caprichos que podamos tener –una casa en propiedad, un nuevo mobiliario, un automóvil, unas buenas vacaciones, etc.–. Para Kiyosaki, los analfabetos en materia de finanzas confunden ser rico con vivir como un rico. Los segundos se cargan de deudas para poder cumplir su sueño; los primeros, en cambio, tienen recursos suficientes como para hacer frente a todos sus gastos sin necesidad de trabajar.
Ahí está la clave: el pobre trabaja por dinero, mientras que el rico deja que su dinero trabaje por él.
Las personas que consumen como ricos recurriendo al crédito se vuelven esclavas de sus deudas; al contrario que los ricos, no pueden dejar de trabajar, porque en tal caso no serían capaces de hacer frente a sus deudas. Caen en la carrera del hámster: no dejan de dar vueltas en una rueda de la que no pueden escapar: cuanto más dinero ganan, más se endeudan, y cuanto más se endeudan, más tiempo y con más esfuerzo deben trabajar.
Kiyosaki insta a la gente a no vivir al día; o mejor, a no vivir el presente a cuenta del mañana. El rico utiliza sus recursos presentes para construirse un mejor, más próspero mañana.
En este sentido, El cuadrante del flujo de dinero es la continuación natural dePadre rico, padre pobre.
Una vez asentados los conceptos básicos, Kiyosaki sistematiza su división entre ricos y pobres distinguiendo cuatro estrategias para obtener entradas de efectivo: la estrategia de ser empleado, la de ser autoempleado, la de ser propietario de un negocio o la de ser inversor. Los empleados y los autoempleados deben trabajar por el dinero, mientras que los propietarios de negocios y los inversores dejan que el dinero trabaje por ellos.
Toda persona –salvo que viva del sector público– se encuentra en al menos uno de estos cuadrantes: los empleados trabajan para otra persona y, a cambio, perciben un salario; los autoempleados trabajan para sí mismos, y con la venta de los bienes o servicios que producen obtienen unos ingresos de los consumidores; los dueños de un negocio conciben un sistema empresarial generador de beneficios y pagan a otros para que trabajen en su lugar; en cuanto a los inversores, destinan su dinero a adquirir participaciones (acciones o bonos) en sistemas empresariales ya existentes.
En todos los cuadrantes puede vivirse dignamente, aunque parece claro que es en los dos últimos donde son mayores las posibilidades de ganancia y disfrute de abundante tiempo libre. Los ricos –aunque de todo haya– suelen ser o dueños de negocios o inversores, actividades que les permiten disfrutar de grandes rentas y de mucho tiempo libre. En ese sentido, a muchos les gustaría ser ricos, pero la inmensa mayoría jamás se ha planteado en qué cuadrante se encuentra ni –por tanto– qué debe hacer para dejarlo por uno mejor.
No es un asunto baladí, pues las reglas que operan y las habilidades requeridas son distintas en cada uno de ellos. Desde luego, la lógica del empleado no sirve para ser autoempleado, mucho menos para ser un buen inversor o un buen dueño de negocio.
El trabajador debe ser un muy buen reproductor de las tareas que le encomiende su empleador, y ha de tratar en todo momento que el valor de su producción supere el salario percibe. Sólo así podrá conseguir ascensos y aumentos de sueldo. En cambio, el dueño de un negocio debe saber rodearse de gente competente; no necesita ser el más listo de todos, sino el más hábil y perspicaz. Si necesita resolver un problema fiscal, no ha de ponerse a estudiar la legislación tributaria, sino contratar al experto más capacitado; si necesita personal que haga turnos largos, ha de preocuparse por buscar a gente que disfrute de su trabajo y pueda aguantar varias horas sin desmotivarse. La misión del propietario es, pues, tener una visión global del sistema empresarial que dirige; lograr que todas las piezas funcionen en armonía y sin fricciones con el propósito de servir de la mejor manera posible a sus clientes.
Kiyosaki hace un buen trabajo a la hora de mostrar los parecidos y las diferencias entre los distintos cuadrantes. Particularmente brillante me resulta su taxonomía de los inversores: están los que lo despilfarran todo (inversores nulos), los endeudados, los ahorradores, los sabihondos, los largoplacistas, los sofisticados y los capitalistas. Esta clasificación ordena de menor a mayor paradigmas de inversor en función de su nivel de sofisticación y de sus ganancias potenciales: desde los inversores que se endeudan creyendo que están comenzando a construir su patrimonio –cuando en realidad trabajan para que los bancos se enriquezcan– a los que emulan a los dueños de negocios a la hora de seleccionar su cartera de activos (como Warren Buffett).
Sin embargo, no acuda a este libro buscando técnicas concretas de inversión. Aunque Kiyosaki es un multimillonario que se ha enriquecido gracias al éxito que ha obtenido en la inversión inmobiliaria, sus libros no explican cómo se invierte; se centran en el paso inmediatamente anterior. Y es que –como le gusta repetir–, antes de invertir usted ha de comprender e interiorizar las reglas del juego de su cuadrante. Los empleados, por ejemplo, suelen tener un pánico enorme y en parte irracional a perder dinero y contentarse con obtener rendimientos cuasinulos antes que correr el menor riesgo si éste puede implicar pérdida alguna.
Si tiene usted esa mentalidad, olvídese de invertir: le queda mucho camino –psicológico– por recorrer. Los ricos aprenden y mejoran a partir de sus errores; los pobres, en cambio, se repliegan y se hunden psicológicamente. Si pierde 2.000 o 10.000 euros en bolsa, plantéese cuán distinto resulta fustigarse pensando: "Horror, ¡esto no es para mí! ¡Nunca más debo cometer el error de meterme en la bolsa!" que preguntarse: "¿Qué he hecho mal? ¿Qué debo cambiar para que, cuando vuelva a invertir en bolsa, no me pase otra vez lo mismo?".
Para eso, precisamente, sirven los libros de Kiyosaki. Como dice él, el rico conjuga de maravilla los verbos serhaber tener. Solemos obnubilarnos con el tener (riqueza), cuando lo cierto es que éste es consecuencia del haber (habilidades como inversor o como propietario de un negocio), lo que en gran parte es fruto del ser (predisposición a y preparación para ahorrar e invertir en condiciones de riesgo e incertidumbre).
Antes de disfrutar de una segunda o tercera vivienda, preocúpese de amasar el patrimonio con que pagarla. Antes de pretender amasar ese patrimonio, preocúpese de conocer bien cómo lograr que su dinero se multiplique –por ejemplo, estudiando las técnicas del value investing–. Y antes de aprender a multiplicar su dinero asegúrese de que verdaderamente quiere multiplicarlo, es decir, asuma que ha de afrontar ciertos sacrificios y cambiar de mentalidad. En definitiva: antes de estudiar cómo volverse rico, lea a Kiyosaki.

ROBERT KIYOSAKI: EL CUADRANTE DEL FLUJO DE DINERO. Punto de Lectura (Madrid), 2010, 309 páginas.
Fuente