Un estudio hecho en los países nórdicos , demostró que las personas que invierten en bolsa no son los que más dinero tienen, sino lo más inteligentes.

"Por extraño y paradójico que le parezca: La renta variable es el activo-a largo plazo-más rentable y menos arriesgado".Francisco García Paramés

La clave en el mundo de las inversiones está en la PACIENCIA, como decía un inversor value "Más vale hacerse rico despacio que pobre rápidamente" .

Todo llega para quien sabe esperar.Nunca te des por vencido, las grandes cosas llevan tiempo.

‎ "Yo me fío más de cómo maneja la economía una familia que se juega el pan o un empresario, que se juega la ruina, que un grupo de señores que, cuando quiebran un país, se van a su casa, reciben seis cargos públicos o privados y se dedican a dar discursos."Daniel Lacalle

Los seres humanos observan que hoy en día las carreteras, los hospitales, las escuelas, el orden público, etc. etc., son proporcionados en gran (sino en exclusiva) medida por el estado, y como son muy necesarios, concluyen sin más análisis que el estado es también imprescindible. No se dan cuenta de que los recursos citados pueden producirse con mucha más calidad y de forma más eficiente, barata, y conforme con las cambiantes y variadas necesidades de cada persona, a travésdel orden espontáneo del mercado, la creatividad empresarial y la propiedad privada.Jesús Huerta de Soto

Comprar cuando la bolsa baja y vender cuando sube es difícil porque va en contra de la naturaleza humana: en los últimos 3.000 años, cuando el vecino de al lado salía corriendo o gritaba "fuego", ha resultado rentable salir corriendo también. De ahí que cuando la bolsa sube nos dan ganas de comprar, y cuando baja nos dan ganas de vender, por una simple cuestión de biología.

¿Pero es que no os dais cuenta que todas las injusticias y toda la corrupción proviene de lo "publico"?‏



miércoles, 26 de mayo de 2010

El sistema financiero no es libre


Por Juan Ramón Rallo

Uno está bastante cansado de escuchar que vivimos en un sistema financiero totalmente libre y desregulado, en el que ha campado a sus anchas una excesiva avaricia humana que nos ha llevado a la desastrosa crisis actual.
Este argumento ha servido para varios fines. Por un lado, los intervencionistas han podido sentirse ideológicamente reivindicados con unos acontecimientos que ni entendían ni supieron prever; por otro, los políticos y los responsables de los bancos centrales han podido sacudirse toda responsabilidad por la situación, pues nos han vendido que la catástrofe les vino de afuera, como una plaga bíblica en la que no habrían tenido arte ni parte; finalmente, y esto es a mi juicio lo fundamental, ha permitido conservar las esencias del sistema financiero actual, cuyo fracaso se atribuía no a su formidable capacidad para desestabilizar la economía, sino a la torpeza y maldad de personas concretas con demasiado margen de maniobra.

Conviene, pues, aclarar nuevamente por qué el sistema bancario no tiene demasiado de libre, o, en todo caso, por qué tiene tanto de libre como cualquier industria que recibe milmillonarias subvenciones y sobre cuyo gasto no se ejerce un control demasiado estricto.

Empecemos por lo básico: el negocio de los bancos consiste en pedir prestado para poder prestar. Algo bastante sencillo. Mucha gente no sabe cómo rentabilizar sus euros y se los presta a un banco al 3%; luego, ese banco examina sus oportunidades de inversión y los presta a su vez al 6%, lucrándose con el diferencial entre el tipo de interés que paga y el tipo de interés que cobra.

Como sabemos, el banco no suele entregar en efectivo el dinero que presta. Nadie sale de la sucursal en que le han concedido una hipoteca con un saco de billetes de 50, 100 ó 500 euros. Más bien, el banco nos promete que podemos retirar los euros cuando lo deseemos, y con esa promesa, que toma la forma de un depósito a nuestro favor, nos basta. Los agentes, en la confianza de que el banco cumplirá con su promesa, pasamos a considerar más práctico manejarnos con las anotaciones contables en que se traduce la promesa que con dinero en efectivo.

¿Y por qué podemos estar seguros de que el banco cumplirá con sus promesas? No se trata, claro, de una certeza absoluta, pero si aquél ha pedido prestados previamente los euros que ahora nos promete entregar, es evidente que dispone de la materia prima necesaria para ello.

Ahora bien, ¿qué sucedería si el banco no pidiera prestado el dinero a nadie y nos concediera una hipoteca con la promesa de que nos entregará unos euros que no tiene? La intuición nos dice que el banco no podría cumplir su promesa, pero lo cierto es que podría pedir prestados a posteriori los euros que necesita a otros agentes económicos: por ejemplo, a otros bancos (esto es lo que generalmente se conoce como mercado interbancario).

En esta última opción, si me ha concedido una hipoteca por 15 años, el banco debería pedir prestados los euros en el interbancario por otros 15 años, para que cuando yo le devuelva el dinero (más sus intereses) él pueda emplearlo en amortizar sus deudas. Pero ahora supongamos que el banco se da cuenta de que el tipo de interés que ha de pagar por pedir prestados euros a 15 años es muy superior al que debe abonar para pedirlos prestados a un año. ¿No le vendría mejor hacer esto último? Un gestor prudente diría: "Renovar quince veces en quince años un préstamo puede ser complicado, sobre todo si no sabemos cuáles serán los tipos de interés dentro de cinco o diez años". Un gestor imprudente, en cambio, sentenciaría: "Adelante".

Así pues, comprobamos que los bancos pueden prestar dinero a largo plazo (hipotecas) endeudándose a corto (préstamos a un año –o incluso a un día– en el interbancario), lo que obviamente incrementa su capacidad para prestar dinero a tipos cada vez más bajos: de ahí a la orgía crediticia (responsable de la crisis actual) que vivimos entre 2002 y 2006 no media una gran distancia.

La operación bancaria de prestar a largo y endeudarse a corto podría no tener demasiadas consecuencias si sólo la realizara un banco. El problema viene cuando la practican todos, o una mayoría. En ese caso, en algún momento el sistema bancario tendrá la necesidad de renovar a corto plazo enormes cantidades de dinero que simplemente no existen y que, por tanto, no podrán serles prestadas. Simplemente, los bancos habrán prometido entregar más dinero del existente y, por tanto, no podrán cumplir sus promesas. Entonces, cuando las entidades se están peleando por unos fondos insuficientes para satisfacer a todos, los tipos de los depósitos a la vista y del interbancario se dispararán (es lo que sucedió entre agosto de 2007 y julio de 2008). Lo normal sería que algunos bancos suspendieran pagos y otros sobrevivieran tras sufrir ciertas pérdidas, lo que probablemente tendería a disciplinarlos y a volverlos más prudentes.

Pero el banco central de turno entrará en escena antes de que las entidades más alocadas se hagan responsables de sus decisiones. Si no existe dinero suficiente para que todos los bancos puedan refinanciarse, ¿por qué no crear, al menos temporalmente, ese dinero? El banco central se instituye como prestamista de última instancia: si nadie os presta el dinero, acudid a mí que os lo prestaré, aunque deba crearlo de la nada. Así que los bancos, agobiados por unos pagos a corto plazo imposibles de refinanciar, ven saciada su sed en los generosos arroyos de su salvador.

Antiguamente, el banco central tenía ciertos límites a esta creación, digamos,desprendida de dinero: debía convertir los euros (o los dólares, las libras, los marcos...) en oro. Si se pasaba de la raya a la hora de crear divisa para refinanciar a los bancos, inmediatamente padecía una fuga de oro que limitaba su actividad. Hoy, las cosas son bien distintas. Los bancos centrales no deben convertir sus billetes en cosa alguna, de modo que en principio pueden crear tanto dinero como solicitudes por parte de los bancos reciban. Ahora bien, tampoco seamos ingenuos: la creación de dinero sí tiene una consecuencia, hoy generalmente se admitida: la inflación.

Sede del Banco Central Europeo.En principio, cabría esperar que con la creación descontrolada de dinero, la divisa de un banco central perdiera sistemáticamente valor (inflación), y la gente dejara de usarla y optara por otra moneda de valor más estable: que el público se olvidara, por ejemplo, del dólar o del euro y se pasara al franco suizo. El problema es que esa libertad para pasar de una moneda a otra es más bien ficticia: en cada país, las leyes de curso legal no sólo nos permiten endilgar a los acreedores la divisa de peor calidad, sino que además los Estados nos obligan a pagar sus impuestos en una divisa determinada. Así las cosas, somos en buena medida rehenes de las divisas nacionales, que los bancos centrales pueden manipular a su antojo. Por supuesto, podemos obviar los inconvenientes anteriores y expatriar capitales si la inflación se desboca, pero precisamente por ello los bancos centrales tratan de mantenerla en límites soportables: por un lado no dejan de crear dinero para refinanciar a los bancos ilíquidos, pero, por otro, no crean tanto como para que el coste de utilizar una divisa sea superior al de no hacerlo.

Este andamio, levantado sobre un lodazal, es lo que sostiene nuestro sistema financiero "libre y desregulado": los bancos gozan del privilegio de pedir prestado dinero a una entidad monopolista, el banco central, que puede crearlo ilimitadamente porque no tiene la obligación de convertirlo en nada y que puede trasladar a la ciudadanía el coste de esa disparatada decisión a través de la inflación porque, a su vez, otra entidad monopolista, el Estado, nos obliga a utilizar en nuestras transacciones cotidianas ese dinero de pacotilla.

Si esto –privilegios, monopolios, promesas incumplidas, cursos forzosos, envilecimiento de la moneda...– es un sistema libre y desregulado, ¿cómo serán los intervenidos y regulados? Porque, en efecto, puede que los privilegiados banqueros tengan las manos libres para cometer todas, o casi todas, las tropelías e imprudencias que se les ocurran, pero en un sistema de libre mercado sufrirían ellos las consecuencias y no serían rescatados por monopolio alguno. Si los bancos centrales no hubiesen refinanciado todas las promesas incobrables que los bancos fueron contrayendo desde 2002, en lugar de una masiva quiebra en 2008 habría sido necesaria una pequeña reestructuración de los balances, y, desde luego, ni familias ni empresas hubiesen acumulado tantísima deuda en proyectos inviables debido a los artificialmente bajos tipos de interés .

Pero vamos, en fin, que sí, sigamos con la cantilena de que esto lo ha provocado el mercado libre y no el ultraintervenido sector financiero, así los disparates que hoy cometen los consejeros delegados de los bancos los podrán cometer, con idénticas consecuencias, los mandados de los políticos. Ah, que eso ya se hace. En las denominadas cajas de ahorros... Vaya, ni siquiera podemos echarle imaginación al dogma ideológico...
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jueves, 20 de mayo de 2010

Sobrevivir a la crisis: cómo ahorrar y por qué

Por José Carlos Rodríguez

La crisis no sólo está aquí, sino que ha llegado para instalarse. No permanentemente, claro está, pero sí durante unos años. El FMI calcula que España no alcanzará un nivel de crecimiento suficiente como para crear empleo hasta 2016. Hay quien habla de una “década perdida” en la economía española, de la que llevaríamos ya dos años y medio. La situación no tiene porqué ser tan negra, pero debemos estar preparados para cualquier eventualidad. Y para ellos es necesario, imprescindible, ahorrar.

El ciclo económico de la vida suele seguir estos pasos: En la primera parte de la vida vivimos de nuestros padres, que nos acojen en casa y nos pagan la formación. Luego (o al mismo tiempo) nos integramos en el mundo laboral para tener una vida independiente. Nuestros ingresos dependen de las rentas del trabajo. Entonces tenemos que ahorrar, es decir, transformar renta en riqueza. A lo largo de la vida laboral, iremos mejorando profesionalmente y subiendo el salario, pero también tendremos necesidades más caras. Si aún así seguimos ahorrando, lograremos acumular un capital (vivienda, acciones, cuentas de ahorro…) que podrá sostenernos cuando dejemos de trabajar. Entonces llegará el momento en que transformaremos la riqueza en renta. Según cómo lo hagamos, podremos completar a partir de cierta edad la renta del trabajo con las rentas de nuestro capital. En ese caso habremos conseguido una verdadera seguridad económica.

Ahorrar es importante. Debe ser uno de nuestros principales objetivos por lo que se refiere a nuestro empeño económico; no podemos dejarlo a observar cuánto resta mes a mes de lo que ingresamos. Tenemos que plantearnos un objetivo y atenernos a él. El ahorro puede tener, en principio, tres fines diferentes:

El primero, más que ahorro es mantener un saldo de tesorería para hacer frente a los gastos corrientes, más a algún gasto extra a que debamos hacer frente. El segundo es tener un “colchón” por si vienen mal dadas. Los expertos señalan que es necesario, no sólo conveniente, contar con un fondo que nos pudiera sostener con el mismo nivel de vida un período mínimo de 3 a 6 meses. En una economía con tanto paro como la española, debemos estar preparados para ampliar ese período sin ingresos. El tercer objetivo, ya señalado, es el de crear un capital que nos otorgue una verdadera seguridad económica. Es el más importante de los tres y también el que plantea más retos. ¿Qué tipo de vida queremos y nos podemos permitir? ¿Cuáles son nuestros objetivos a cinco, a diez, a cuarenta años?

Un plan de ahorro

Antes de entrar en los trucos y estrategias para rebajar los gastos (en un próximo artículo), es necesario dar un vistazo general a las razones, prioridades y estrategias generales. Ya sabemos cuáles son los fines del ahorro. Ahora toca poner en orden la casa para saber dónde estamos, hacia dónde vamos, y cómo.

El primer paso es saber dónde estamos. Aunque parezca chocante, es muy común no tener claro cuál es la situación financiera de la familia. Por eso lo primero que hay que hacer es un inventario de los ingresos: Típicamente serán los ingresos del trabajo, pero podemos tener otros ingresos si contamos con un capital previo: El alquiler de un piso o los dividendos de unas acciones.

Todo ingreso es inseguro, pero podemos dividir esos ingresos en función de su seguridad. Por ejemplo, para hacer el cálculo de lo que son los ingresos fijos, podemos conformarnos con el salario y sólo una parte de los dividendos de acciones, que son más volátiles. Los ingresos más aleatorios, o los de trabajos esporádicos, bien podemos sumar lo que representen en un año y dividirlos por 12, o bien olvidarnos de ellos en el cálculo, y destinarlos directamente al ahorro en cuanto se produzcan. Es mejor esta segunda opción, porque si los incluimos en los ingresos mensuales medios y luego no se producen, habremos hecho una mala planificación del ahorro.

Una vez conocemos los ingresos, vamos con los gastos. Nadie dijo que ahorrar fuera fácil. No son sólo las renuncias, sino también las tareas que tenemos que hacer. Conocer los gastos supone hacer un registro de ellos. Tenemos más control sobre los gastos que sobre los ingresos. Hay que dedicar un mes o dos a tomar nota de los gastos. Por ejemplo, se puede ir apuntando todo en una libreta, pasarlo a limpio cada semana y luego hacer lo mismo con los gastos del mes. En uno o dos meses tendremos ya una idea muy aproximada de cuáles son nuestros gastos. Hay que ser tan detallado como sea posible, e incluir los pequeños gastos. Luego hay que asignarles una categoría, para no tener una simple lista, que puede ser incómoda de gestionar: (hipoteca, servicio doméstico, colegios, compra de alimentos, compra de vestuario, gasolina…). Hay gastos anuales y gastos extraordinarios. Los anuales se pueden dividir fácilmente entre 12. Los extraordinarios que sean más o menos previsibles (revisión del coche, por ejemplo), también. Con los datos del gasto en la mano, lo más probable es que nos llevemos alguna sorpresa. Hay categorías a las que dedicamos más dinero del que pensamos. El pago de hipotecas y otras deudas es un gasto aunque no sea consumo, y debe incluirse.

Con los ingresos y los gastos sabremos cuánto ahorramos mensualmente. Aquí caben tres supuestos:

Nuestros ingresos superan a los gastos. Estamos en el buen camino, pero ahora queda recorrerlo. Es necesario fijarse unos objetivos de ahorro y comenzar a pensar en dónde invertir el dinero.

Nuestros ingresos igualan a los gastos. No nos podemos quedarnos satisfechos. Hay que ahorrar, por las razones expuestas. Es tentador seguir lo que Robert Kyosaki llama “la carrera de la rata”, en referencia a los hámster que corre sin parar sin avanzar un centímentro: consiste en ir subiendo nuestro nivel de vida a medida que aumentamos nuestros ingresos, sin dejar hueco al ahorro. El problema de esta “carrera de la rata” es que, como el hamster que corre sin parar sin avanzar un centímetro, la familia corre también, pero sin formar un patrimonio. Y se mantiene siempre al filo del abismo, que llega en cuanto tiene que hacer frente a un gasto extraordinario o se corta una fuente de ingresos.

Son los gastos los que superan a los ingresos. Decididamente, tenemos un problema.

Ya sabemos cuál es nuestra situación. Ahora tenemos que fijarnos un objetivo. O bien necesitamos ahorrar una cantidad concreta en un plazo determinado, por ejemplo porque queremos comprar un coche o una casa, o bien estamos pensando en acumular un fondo ante cualquier contingencia o acumular un capital. Hacemos el cálculo, y nos saldrá una cantidad que ahorrar al mes. Y ajustamos el consumo para alcanzar ese ahorro. Si el objetivo no es realista (por ejemplo, una persona sola que vive en Madrid con 12 pagas de 1.000 euros y necesita ahorrar 400), hay que reformularlo a una cantidad asumible. Como guía, un 10 por ciento de la renta disponible como mínimo es una norma fácil de recordar y asumible en condiciones normales.

Más importante y urgente que acumular una cantidad en cuentas de ahorro y acciones es reducir la deuda. No es que haya que amortizar la hipoteca con cada euro extra que ganemos. Además es la deuda más barata de todas. Pero antes de acumular dinero hay que acabar con cualquier deuda por consumo o con la acumulada en las tarjetas de crédito. Últimamente se están introduciendo en el mercado unas tarjetas que no se amortizan automáticamente al vencimiento del mes, sino que son líneas abiertas de crédito. Son un peligro para la economía de una familia, como demuestra la experiencia de los Estados Unidos. Aunque puntualmente pueden sernos útiles.

¿Cuáles son las partidas en las que podemos ahorrar más fácilmente? Eso queda para otro artículo.

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Saludos

sábado, 15 de mayo de 2010

Con cinco millones de parados, la economía estará sana


Jesús Huerta de Soto (Madrid, 1956) es licenciado y doctor en Derecho y Económicas. Catedrático de la universidad Rey Juan Carlos, representa la escuela austriaca y se proclama anarcocapitalista. Escribe en Formentor, el jueves pronuncia en Palma una conferencia para el Cercle d´Economia.



MATÍAS VALLÉS –Para que se haga cargo del tipo de entrevista: "¿ Cuándo van a reconocer que el capitalismo también ha muerto?
–No lo ha hecho. Han muerto el socialismo y la intención de los gobiernos de regir el mundo con ingeniería social, actuando manu militari desde los bancos centrales, que son los auténticos causantes de la crisis. No hay economía de libre mercado porque el dinero no es privado, lo han expropiado.
–Explica la crisis en treinta minutos, también puede hacerlo en treinta palabras.
–Surge de la expansión crediticia ficticia orquestada por los bancos centrales, y que ha motivado que los empresarios invirtieran donde no debían. El mercado detecta los errores y los repara, mediante la reestructuración en que ahora nos encontramos, salvo que se inicie otra burbuja. Es la culminación de la caída del Muro de Berlín.

–¿Cuándo quebrará la Seguridad Social?
–La Seguridad Social está en una situación sin salida. El Pacto de Toledo es un pacto de silencio, que oculta la verdad a los ciudadanos.

–¿Los banqueros Botín y Sáenz se merecen pensiones de decenas de millones de euros?
–Los economistas no juzgamos. El mercado tiende a pagar por las prestaciones laborales de acuerdo con la contribución al proceso productivo. Así ocurre con futbolistas, cantantes de ópera y gestores de primera fila.

–Si es tan difícil despedir, ¿cómo se ha despedido a cuatro millones de personas?
–No es que sea difícil, es costosísimo. Es más difícil despedir a un trabajador que divorciarse, sobre todo desde que existe el divorcio exprés. Por una parte, hay empresas que podrían haber seguido funcionando, de no ser por las indemnizaciones. Por otra, los empresarios escaldados no se atreven a contratar.

–Contratar a un trabajador es como un matrimonio, ¿por ambas partes?
–El empleado puede irse donde quiera, equivale a un divorcio unilateral. Y conste que estoy absolutamente a favor de los trabajadores, pero la única forma de mejorar su nivel de vida es fomentar el capitalismo.

–Los sueldos de esos trabajadores son más bajos que en el resto de Europa.
–Porque el capital acumulado en España es más reducido.

–Usted vaticinó cinco millones de parados en España.
–Lo vaticiné a finales del año pasado. Con cinco millones de parados, la economía estará sana, porque esas personas estaban donde no debían estar. Ahora se trata de encontrarles un sitio adecuado.

–Dos actividades factibles para salvar la economía española.
–Eso no puede decirlo el Gobierno ni se puede pontificar desde arriba. Sólo pueden ser descubiertas a pie de obra por un ejército de empresarios, en todos los ámbitos.

–¿Sus alumnos prefieren ser funcionarios?
–Lamentablemente, la actividad empresarial ha estado mal vista en España desde el Siglo de Oro, cuando las únicas opciones aceptables eran la Iglesia, el mar –América— o la Casa Real. El empresario era sospechoso de ser judío o morisco. Por fortuna, esa concepción ha cambiado.

–¿Cuáles son las diferencias económicas entre Rajoy y Zapatero?
–Las diferencias son muy pequeñas y de grado. No me dedico a la política, porque todos los políticos se consagran a comprar votos y a prometer lo que no pueden cumplir.

–¿"Economista de la escuela austriaca" significa privatizar hasta las calles?
–Como si fueran urbanizaciones privadas. Las calles serían así más seguras y menos ruidosas.

–¿Cuál es el límite privatizador?
–Hay un debate con los proponentes del Gobierno mínimo, consagrado sólo a la defensa de la propiedad, pero yo pienso que es imposible limitar los Gobiernos, por lo que soy anarcocapitalista. La definición del Derecho y el orden público se obtienen de empresas privadas, llegando a acuerdos.

–¿Formentor es un buen lugar para escribir de economía?
–El mejor del mundo. Mis libros están datados en los veranos de Formentor, sentado bajo un pino junto al mar. El pensamiento surge a orillas del Mediterráneo.

–¿Le gusta Villa Cortina, en primera línea de Formentor?
–Afortunadamente no la veo desde mi casa.

–¿Cuándo leeremos un pronóstico económico que acabe con la frase "y si no, me retiro"?
–Yo no sé qué sucederá mañana, y si lo supiera no se lo diría. Ese cálculo corresponde al empresario, los economistas sólo predecimos tendencias.