Diego E. Quijano Durán
"Where is the one that is lowest-priced in relation to what I believe it is worth?"
John Templeton
"Empresario es el individuo que actúa con la mira puesta en las mutaciones que las circunstancias del mercado registran"Ludwig von Mises
El método de inversión en valor (value investing) y la escuela austriaca de economía son escuelas de pensamiento muy compatibles, por su visión similar del mundo, y complementarias, dado su enfoque distinto. Son compatibles porque ambas consideran que no se puede predecir en el mundo económico, y que lo más que se puede hacer es identificar los patrones y características que tienden a provocar los resultados buscados. Son complementarias porque la primera tiene como objetivo final generar ganancias al inversor ayudándolo a escoger las empresas en donde invertir, mientras que la segunda trata de comprender los fenómenos económicos y los procesos dentro de los cuales operan las empresas.
El método de la inversión en valor ofrece una serie de principios cuyo cumplimiento es indispensable para decidir invertir en una empresa, y la escuela austriaca de economía permite comprender el papel del empresario, así como los ciclos económicos y su impacto en los distintos sectores de la economía. Veamos cada una en más detalle.
La inversión en valor se rige por dos principios fundamentales: 1) sólo se debe comprar barato; es decir, no importa lo buena que sea una empresa: sería una pésima idea comprar acciones de ella si están caras; 2) las empresas objeto de consideración deben ser concienzudamente analizadas para verificar si históricamente han tenido buenos resultados y determinar si tienen la capacidad de mantener esa competitividad.
La inversión ideal incorpora estos dos factores. El precio barato ofrece un margen de seguridad, y conocer bien las empresas permite escoger a aquellas que probablemente serán capaces de aguantar el tipo durante una recesión y salir adelante sin causar pérdidas irreversibles a sus inversores. Por supuesto, pueden darse errores de estimación, pero el enfoque del margen de seguridad permite que el inversor evite las empresas caras, cuyo valor podría caer, aunque su situación financiera se mantuviese igual, solo porque las perspectivas de crecimiento no se cumplieron. En pocas palabras, cuida de que el inversor no se olvide del precio al que compra. A su vez, suponiendo que las estimaciones han sido bien hechas, el precio barato augura que, si sigue siendo exitosa y creciendo de manera sostenida, el mercado terminará por reconocer su valor y la acción subirá sustancialmente de precio.
Naturalmente, surge la pregunta: ¿cómo identificar que algo está barato? Hay dos respuestas. La primera y más sencilla, pero menos común, pasa por encontrar una empresa que tenga activos cuyo valor esté siendo subestimado. Imaginemos una compañía sana cuya capitalización de mercado fuera de 1.000.000 de euros, que apenas tuviera deuda y que poseyera 2.000.000 de euros en efectivo. Si la citada compañía tuviese un millón de acciones y los títulos cotizaran a 1 euro, ello implicaría que por cada acción que se comprase... ¡se consiguiesen 2 euros! Es un ejemplo exagerado, pero situaciones más o menos similares no son inusuales. Esto es lo que pudiera denominarse el análisis estático, ya que no se interesa mucho de las expectativas a futuro. La inversión es buena porque, aunque la empresa quiebre, el inversor está muy protegido (aun así, probablemente le toque esperar bastante hasta que en el mercado el resto de los agentes reconozca el valor que hay en esa acción, que cuesta 1 euro pero tiene 2).
La segunda respuesta se encuentra en el rendimiento de la inversión. Imaginemos que podemos colocar 1.000 euros en un plazo fijo de un año con una tasa de interés del 5%. Al cabo de un año tendremos 1.050 euros. Ahora supongamos que esos 1.000 euros los podemos colocar en una empresa que nos podría rendir un 17% al año. Al cabo del año, la empresa ha convertido esos 1.000 euros en 1.170. Desde el punto de vista de la rentabilidad, es mejor colocar el dinero en la empresa, pero esto no es lo único que nos debe interesar. Para proceder, combinemos ambos ejemplos.
Pensemos en una empresa que casi no tiene deuda, con una capitalización de mercado de 1.000.000 de euros, una ganancia de 100.000 euros anuales (rentabilidad del 10%) y 250.000 euros en efectivo. Si las mil acciones de esa empresa se vendieran a 1.000 euros cada una (lo que daría un beneficio por acción de 100 euros), el inversor debería percatarse de que, con los 250 euros en efectivo que hay por cada acción, la empresa es capaz de generar 100 euros en ganancias sobre 750 euros de capital invertido, o sea, un 13,3% de rentabilidad (100 dividido entre 750).
Ahora supongamos que hay una segunda empresa, muy similar, cuya acción se encuentra en 2.000 euros. La empresa tiene mil acciones, lo que da una capitalización de mercado de 2.000.000 de euros. Gana unos 150.000 (150 por acción), lo que supone una rentabilidad de 7,5%, y tiene 350.000 euros en efectivo. Para entrar en la empresa se requiere invertir 2.000 euros, pero como hay 350 por acción en efectivo, en realidad el negocio está generando 150 euros de ganancia por cada 1.650, o una rentabilidad del 9,1% (150 dividido entre 1.650).
¿En qué empresa debe invertirse? A primera vista podía parecer que la segunda es una mejor inversión: un negocio igual de sano, más efectivo, un mayor beneficio neto y un mayor beneficio por acción. Pero el inversor en valor debe comprar la primera, porque la rentabilidad de la compañía es mayor; además de que el efectivo en ésta le da una protección mayor si las circunstancias se tornan sumamente adversas. Además, al precio actual, es la acción de la primera empresa la que ofrece más posibilidades de aumentar.
Suele decirse que invertir sólo en lo que el sector financiero llama renta variable es muy arriesgado. La realidad es que siguiendo este método se minimizan las posibilidades de pérdidas irreversibles porque se buscan protecciones y se amplifican las posibilidades de ganancia. Recordemos que las acciones representan la titularidad de los activos productivos de una empresa, por lo que se está invirtiendo en algo real siempre y cuando esté barato, evitando siempre las empresas que ya están razonablemente valoradas o sobrevaluadas.
Esto parece ser de sentido común, y sin embargo no es el método de inversión más popular. Las estrategias de inversión más frecuentes se basan en intentar predecir lo que hará el precio de una acción, y cuándo. Tanto el método de la inversión en valor como la escuela austriaca de economía consideran eso una actividad inútil. No es posible, científicamente, realizar predicciones de acontecimientos específicos (cuándo y cuánto) en el mundo económico. Lo más que se puede hacer es identificar patrones sobre la base de una serie de supuestos realistas. Por consiguiente, lo que sí se puede hacer es evaluar la trayectoria de una empresa, su situación presente y su capacidad para enfrentar las condiciones constantemente cambiantes y dinámicas del mercado. La predicción que se hace es respecto a la capacidad de la empresa de generar valor en el mercado atendiendo mejor que sus competidores las demandas de sus clientes y de mantener las ventajas competitivas, si es que las tuviese, y no sobre si en el próximo trimestre sus acciones subirán un 20%. Si se ha escogido correctamente, el éxito de la empresa traerá como resultado inevitable a largo plazo un alza sustancial y sostenido en el precio de la acción. Debe quedar claro que la decisión de inversión no se basa en el comportamiento histórico del precio de la acción, sino en la doble guía de comprar algo bueno sólo cuando está por debajo del precio que se estima razonable.
Esta es la parte dinámica del análisis, la más compleja y a la que toca dedicar la mayor parte del tiempo y el esfuerzo. Corresponde evaluar el desempeño histórico de la empresa, su equipo de administración, su estrategia de inversión de capital, su gestión financiera, sus competidores, las relaciones con sus clientes y proveedores, entre otros factores. Si tras realizar este análisis se considera que se ha encontrado una empresa que responde con agilidad y efectividad a las circunstancias variables del mercado –tanto en las operaciones del día a día como en la ejecución de estrategias a largo plazo–, y que cuenta con buenas ventajas competitivas y con un buen potencial para mantener estas capacidades, puede decirse que se ha encontrado una organización extraordinaria. Pero, nuevamente, la decisión de inversión no puede desligarse del precio de compra. Aun esta extraordinaria organización debe evitarse si su precio se encuentra por encima o cerca de lo que el inversor considera razonable porque no ofrece un margen de protección. Pero si se diera la circunstancia de poder invertir en una organización como ésta a un precio bajo, entonces el inversor puede esperar que al cabo de unos años –periodo durante el cual debe tener la paciencia y la disciplina emocional para ir contracorriente y aguantar los vaivenes del mercado– su capital invertido se multiplique.
El inversor en valor, cuando decide invertir en una empresa (o si está reevaluando una en la cual ya ha invertido), tiene que tener tal nivel de confianza en ella, que si la acción empieza a caer debe verlo como un motivo para la alegría, porque podría hacerse con una participación aún mayor en la misma. Recordemos: el inversor en valor sólo invierte pensando en el largo plazo. El precio de mañana poco importa, porque las circunstancias de una empresa no cambian de un día para otro. Por ello, si se ha seguido este método, no puede decirse que una caída en el precio de la acción signifique una pérdida para el inversor.
En el trasfondo de este análisis de cada empresa se encuentra la visión que provee la escuela austriaca de economía. Ambos enfoques coinciden en considerar que los fenómenos económicos son protagonizados por personas con libre albedrío, que no responden como autómatas, como pretende una ecuación matemática. No hay que olvidar el hecho de que las empresas son organizaciones creadas y gestionadas por personas que atienden a otras personas.
La economía analiza la manera en que los individuos se enfrentan a una realidad de recursos escasos. Se entiende que la acción de cada persona tiene un impacto sobre su entorno, y que por ello el actor está continuamente evaluando los cambios provocados por sus acciones y por las de los demás. Los individuos modificamos constantemente nuestras prioridades y nuestras percepciones sobre la utilidad de los medios disponibles. Esto es así porque cada uno es capaz de aprender del éxito y el error, o porque ha adquirido nuevos conocimientos, lo que posibilita actuar con mayor efectividad conforme se va ajustando el comportamiento.
El empresario surge en este contexto como alguien capaz de satisfacer con mayor eficiencia las necesidades de otras personas, logrando combinar mediante acuerdos voluntarios el trabajo, el ahorro del capitalista y los recursos naturales. Los empresarios (exitosos) hacen que el escaso capital sea invertido de la mejor manera posible; el mercado paulatinamente va eliminando a aquellos que lo hacen mal y recompensando a los que lo están haciendo bien. Aquí entra en juego el método de la inversión en valor, que busca identificar las empresas que mejor saben atender las demandas de sus clientes y que pueden mantener sus ventajas competitivas a un bajo precio.
La idea que hay que tener en mente es que no es el mayor riesgo lo que genera más ganancias, sino la capacidad de una empresa de ser eficiente en el uso de la mezcla de capital y trabajo para atender mejor que otros las demandas de los clientes o consumidores. De la misma manera, en lo relacionado con la inversión en valor no se trata de tomar más riesgos, sino de buscar empresas infravaloradas en el mercado que, tras un análisis detallado, ofrezcan un buen margen de seguridad y buenas posibilidades de revalorización.
Por último, cabe notar que la escuela austriaca de economía ha sido la única capaz de ofrecer un marco teórico que explique plenamente el proceso de gestación de la burbuja y la posterior e inevitable crisis financiera y económica. A los inversores en valor, la teoría austriaca les permitió alejarse muy temprano de los sectores financieros e inmobiliarios abocados al descalabro. Este es un claro ejemplo de la complementariedad entre ambas escuelas: una mejor comprensión de los fenómenos económicos permitió que los inversores evitaran ciertos sectores que parecían ofrecer enormes ganancias y cuyos riesgos parecían inexistentes para la mayoría en el mercado. Al hacerlo, los inversores tuvieron que hacer uso de dos cualidades imprescindibles: paciencia y disciplina emocional.