La Figura 9 muestra los dividendos en efectivo pagados, año tras año, por las empresas incluidas en el índice Standard & Poor’s 500 en los últimos 52 años. Utilizamos este índice puesto que tiene las mejores series de datos, pero cualquier otro índice mostraría resultados similares.
Pinchar en la imagen para verlo más grande o búsquelo aquí en las páginas 8 y 10.
Una inversión de 1 millón de dólares en 1960 pagaría algo más de 800.000 dólares en dividendos este año 2012 . La rentabilidad acumulada por dividendos, no reinvertida, es decir, transformada en efectivo y gastada cada año, habría sido ligeramente superior a 10 millones de dólares. El precio de mercado actual de las acciones adquiridas sería de 24 millones de dólares. Si los dividendos se hubieran reinvertido, la inversión original tendría un valor en torno a los 100 millones de dólares.
Se trata, naturalmente, de la magia de la capitalización de los intereses, como todo el mundo sabe. Lo que nos llama poderosamente la atención en las figuras 9 y 10 son dos cuestiones que los inversores en renta variable harían bien en no olvidar:
1. La enorme regularidad de los dividendos. Simplemente, crecen alrededor de un 5% al año, con una desviación muy pequeña. Esto pone coto a la idea de que la inversión en renta variable es “arriesgada”: ¿cuántas empresas conoce el inversor que hayan logrado, con regularidad, una rentabilidad
en efectivo como esa en los últimos 52 años?
2. El entorno altamente turbulento en el que se realizaron muchos de esos pagos. Tendemos a pensar que se trata del fin del mundo, teniendo en cuenta todos los problemas que sufre
la economía mundial hoy en día. Sin embargo, a tenor de los acontecimientos enumerados en la figura, se han producido en el pasado bastantes “cosas malas”: varias guerras entre árabes e israelíes, periodos de altísima inflación, profundas recesiones, rupturas de sistemas monetarios europeos, el peor colapso del mercado y de la economía real en tres generaciones, etc., etc. Y los dividendos siguieron pagándose, sin falta, pese a todos esos acontecimientos.
¿Será esta vez distinto? Es posible; nadie puede conocer el futuro. Y cuando decimos “nadie”, incluimos a los periodistas y autores con influencia: véase la figura 11.
El objetivo de cualquier inversor es el de incrementar su capital una vez transcurrido un plazo determinado. Estamos convencidos de que los propietarios de empresas tan diversas como Nestlé y Swatch, Occidental Petroleum y Apple, Potash Corporation y Zurich Insurance Group, echarán la vista atrás dentro de diez años y verán que su dinero al menos se habrá duplicado, con un riesgo real muy pequeño, independientemente de lo que hayan hecho los mercados durante ese tiempo.
En el largo plazo, los datos empíricos demuestran que la mayoría de los dividendos de las empresas representan alrededor del 50% de las ganancias que se puede esperar al entrar en el mercado de valores. En otras palabras, comprar acciones que proporcionen dividendos sólidos, nos lleva a la mitad del camino de nuestro objetivo que es superar al mercado. Como gestores de activos, estamos a favor de asegurar ese punto de partida. El hecho de que el efecto de los dividendos es más evidente en el largo plazo que en el corto plazo, lleva a que a menudo estos sean infravalorados por los inversores de corto plazo. Esto lo explica también muchos estudios académicos que demuestran que las acciones con altos dividendos, consigue mayores rendimientos que las acciones con bajos dividendos o sin estos.
Más allá del efecto puramente financiero del dividendo. Nuestra experiencia nos dice que una política de dividendos sólida, profundamente arraigada es un buen indicador de la salud de la compañía a largo plazo y de la voluntad de la dirección de crear valor para los accionistas. Por otro lado, los dividendos son una herramienta mucho mejor para premiar a los accionistas que las recompra de acciones. Esto es debido a que en general las empresas no son buenas para invertir en sus propias acciones. Un estudio reciente de la consultora McKinsey mostró que el 77 por ciento de los accionistas serían mejor recompensados por recibir dividendos trimestrales que ellos mismo puedan reinvertir en bolsa.
Un ejemplo práctico de esto lo vimos durante la crisis financiera. Cuando el miedo se impuso, la mayoría de los programas de recompra de acciones fueron cancelados, pero en conjunto las empresas siguieron pagando dividendos. Los accionistas que siguieron recibiendo dividendos, podrían elegir si desean comprar la acción de la compañía más barata. Mientras los accionistas que han sufrido la cancelación de la recompra de acciones han perdido esta oportunidad, quedándose su dinero en la cuenta bancaria de la compañía.
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