Por Juan Ramón Rallo
"Un día, cuando Warren tenía 17 años, fue a ver a su amigo Don Danley para comentarle una nueva idea (…): “Yo compraré esta máquina vieja de pinball por 25 dólares y montamos una sociedad. A ti te toca arreglarla. Después iremos a ver a Frank Erico, el barbero, y le diremos: ‘Somos los representantes de la empresa Wilson de máquinas que funcionan con monedas, y queremos hacerte una propuesta en nombre del Sr. Wilson. Déjanos colocar la máquina de pinball al fondo de la tienda y así tus clientes podrán jugar mientras esperan. Al final, dividiremos el beneficio’”
Aunque nunca nadie había pensado en instalar máquinas de pinball en las barberías, una vez le presentaron la propuesta al Sr. Erico, aceptó. Los chicos trasladaron la máquina con el coche del padre de Don hasta la barbería de Erico. Al acabar la primera jornada con la máquina en funcionamiento, Warren y Don acudieron a comprar los resultados. Sorpresa: dentro de la máquina había cuatro dólares. El Sr. Erico estaba encantado y la máquina de pinball se quedó en la barbería.
Después de una semana, Warren vació la máquina y dividió los dólares en dos montones: “Sr. Erico, no nos entretengamos contándolos en ‘uno para mí, otro para ti’. Simplemente coja el montón que más le guste”. Era como ese viejo procedimiento de dividir los pasteles: un niño lo corta y el otro escoge. Después de que el Sr. Erico eligiera un montón llevándolo a su lado de la mesa, Warren contó cuánto dinero había en el suyo: 25 dólares… ¡suficiente para comprar otra máquina de pinball!
Muy pronto, siete u ocho máquinas de pinball del “Sr. Wilson” estaban repartidas por toda la ciudad. Warren había descubierto el milagro del capital: dinero que trabaja para el propietario como si tuviese un empleo propio."
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